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El liberalismo como enfermedad mental (y 3): la PAH

28 marzo 2013

Como decíamos, la sociedad no es en absoluto ese horrible mundo de robots y robinsons crusoe tal como lo pinta la economía neoclásica, todavía anclada en anticuados conceptos de la Ilustración sobre el ser humano: la racionalidad económica nunca opera en el vacío, sino estrechamente acoplada en el marco particular de interacciones sociales. La sociedad no es un etéreo colectivo de átomos de gas cada uno a su bola, sino más bien algo mucho más líquido y viscoso y turbulento – la sociedad como una tupida red de favores y obligaciones de reciprocarlo, de una multitud calidoscópica de constantes quid pro quo – ahora bien, qué pasa si alguien se dedica a manipular estratégicamente la red de favores y obligaciones en beneficio propio, primero desinteresadamente dando favores a tutiplén y luego centralizando el flujo de obligaciones contraídas hacia sí?

Así emerge el Padrino siciliano en la segunda película y termina con un «le voy a hacer una oferta que no podrá rechazar» – la versión mafiosa del there is no alternative. Ésa es la esencia del poder, saber aprovecharse de la economía de escala en una red de favores centralizada, favores (o… capital a la Bourdieu) que luego son redistribuidos según el principio graeberiano de jerarquía: el Padrino o el gran jefe o la cienciología o el Estado o el banco o la Iglesia o la empresa capitalista, toda estructura de poder se basa en la redistribución de capital, en colocarse como intermediaria en los flujos de ese capital, no sólo económico, sino también político o social o ideológico o cultural y la redistribución no es de modo equitativo, claro está, que por algo existen. Los restos de los frutos de la economía de escala son las migajas con las que se contentan los que están debajo en la jerarquía – llamadlo Estado de bienestar, plan privado de pensiones, una subida del salario o una absolución del cura.

Lo interesante del relato de Graeber es, por lo tanto, demostrar el mantra antropológico de que la deuda es mucho más que una expresión financiera de tecnócratas en tiempos de crisis, sino una expresión cultural-social de confianza, que luego -y sólo luego- se puede matematizar con complejos argumentos lógicos – pero en su origen es y sólo es tan sólo una convención social. Igual que la moneda; como si fuéramos un mercenario griego, sólo aceptamos ese trozo de vil metal que ya no es oro porque sabemos que en otro sitio nos lo aceptarán a cambio de una cerveza. O aceptamos como salario ver simplemente que nuestro saldo en el banco ha subido mil enteros, porque sabemos que alguien aceptará restarnos otra cantidad a cambio de la compra en el súper. Al final, como dice Manu Chao, todo es mentira y de lo que se trata es, como Milton Friedman, de ser un padrino creativo e inventar buenos discursos -religiosos, políticos, económicos- que legitimen para toda la comunidad esa mentira que es la necesidad de contribuir a un bote común que otro -obviamente, siempre otro- regulará y redistribuirá (pero por nuestro bien). Pero no una necesidad meramente ética, algo que conviene y punto, sino algo de profundo significado cósmico, inevitable e inexorable – como un si no cumples arderás en el infierno o un there is no alternative.

La victoria del discurso del padrino es cuando el crédulo lo asume como ley natural y es entonces que deviene hegemonía. Las víctimas de los sacrificios humanos aztecas realmente creían que su muerte servía para que el sol siguiera su curso en el cielo y los mártires cristianos creían que su muerte anticipaba el reino de Dios. Pero dejaron de morir aztecas y cristianos y el sol no cayó – ni tampoco vino el reino de Dios. En ese mismo sentido, qué es el interés? Vendrá Sala i Martín y te dirá que es el precio de la moneda, coste de oportunidad, que es el riesgo de la inversión, etcétera. Pero mucho antes de que se teorizara eso de ese modo ya existían usureros – y prohibiciones de usura por el judaísmo, cristianismo e Islam. No porque Jesús leyera Le Monde Diplomatique, sino porque en ese contexto el interés era siempre el plus que pide libremente (o exige?) el rico usurero al campesino en apuros cuando ése pide libremente (o suplica?) un préstamo. Las religiones del libro prohíben así el interés porque en la Antigüedad uno caía esclavo no sólo por conquista, sino también por deudas y esas religiones eran, sobre todo, movimientos populares (o populistas?) que se alineaban por la emancipación de los esclavos. Así, el cristianismo surge en Europa en medio de una gigantesca crisis de deuda que se estaba llevando por delante a los ciudadanos libres del Imperio. Por algo que desde Mesopotamia que las protestas populares siempre pasaron por el demasiado familiar Cancelad las deudas y redistribuid la tierra. Antes la tierra, ahora el capital. Periódicamente, los reyes sumerios, por presión popular, tenían que declarar jubileos donde se rompían esas tablas de arcilla con todas las deudas inscritas y así liberar a los esclavos por deudas – hacer tabula rasa a la Fanon – se llamaban declaraciones de libertad. 

Un momento. El Libro prohíbe la usura, cierto, excepto en una línea, Deuteronomio 23:19-20: «Podrás cobrar interés a un extranjero, pero a tu hermano no le cobrarás interés». A un extraño, no un amigo, como si fuera mera reciprocidad: por esa misma razón el Banco Central Europeo presta a interés casi nulo a los bancos privados mientras se presta a altísimo interés a Grecia o España. Si deuda es una expresión de confianza social, el interés representa una asimetría en esa deuda y por lo tanto en el poder, como el rico usurero con el campesino en apuros de antaño o el BCE con los PIGS. Es otra cosa que después se camufle con palabras técnicas pilladas de la Biblia o de The General Theory of Employment, Interest and Money. El libre mercado ya funcionó en el mundo árabe sin interés y, ciertamente, de un modo mucho más libre que el anglosajón. A diferencia del mundo islámico, si el BCE presta a interés casi-nulo a los bancos privados, es porque sabe que la sociedad hará todo lo posible (austeridad y recortes y rescates: usar al Estado, aunque la sociedad no quiera) para que estos bancos puedan devolver esos créditos. Si Estados Unidos puede imprimir tanta moneda como quiera, como querría Krugman, es porque es el Imperio y puede hacer un default cuando le dé la gana y los otros países tendrán que aceptar, como con Nixon en 1971. Parece que el default es un privilegio.

Como decían los rusos, todo lo que nos habían contado sobre el comunismo era mentira, pero todo lo que nos habían contado sobre el capitalismo era verdad. El liberalismo era eso. Su escándalo secreto, que nunca se ha organizado básicamente en torno al trabajo libre: ése ha sido siempre el privilegio de una minoría hipercualificada. Pero, ¿dónde está esa masa trabajadora de esclavos, siervos, inmigrantes sin papeles, campesinos sin tierra, debt peons y jornaleros que han levantado los grandes monumentos de la historia? Desde cuándo se puede considerar un free agent aquél que lo único que puede vender el trabajo de su cuerpo? El trabajador libre es una entelequia anarquista, al igual que el mercado libre: Adam Smith tenía que prohibir la cooperación en el mundo ideal para evitar que estructuras jerárquicas emergieran en el mercado. Pero eso no pasa en el mundo real – donde continuamente intermediarios en los flujos de capital necesitan colocar a otros en la periferia social y por lo tanto sumirlos en deuda crónica: hipotecas, student loans, salud privada, deuda pública, ofertas que no podrá rechazar… El fondo de pensiones privado se interpone entre tú y yo: ahí coloqué mis ahorros y quiero el interés más alto para pagar la educación de mis hijos – pero el interés más alto implica maximizar el retorno de las inversiones de mi fondo – desmantelar la fábrica SEAT de Martorell donde tú trabajas o tu centro de atención primaria financiado con deuda pública. La financialización de los 1970s en la era post-industrial no despolitizó las relaciones económicas, sino que amplificó su antagonismo más básico y lo convirtió en ley natural.

Qué es un default cuando el de abajo debe al de arriba en la asimetría social de poder? Es un ejercicio de soberanía. Es romper las tablas de la ley natural en mil pedazos. Es la emancipación mental del esclavo y el colapso de la hegemonía del padrino. Es darse cuenta de que el sacrificio humano no es una deuda con los dioses (del altiplano mejicano o de la economía) para que todo siga su curso – es darse cuenta de que el juego es tan sólo un juego. Es matar al Rey cuando nos explican que sus poderes son divinos. Es la dación en pago: si sólo yo no pago la hipoteca, soy un moroso – si no la pagamos cien mil, somos la PAH.

Porque el sistema -el color no importa- siempre se basa en la acumulación de capital a lo largo de redes de confianza, tejidas por gente que comparte una misma visión epistemológica del mundo / una locura colectiva y eso genera ganadores y perdedores -de libertad. Cuando los primeros son pocos y los segundos muchos, lo que toca es exigir un jubileo, una tabula rasa a lo Frantz Fanon, pura descolonización del imaginario del oprimido, una dación en pago retroactiva a lo Ada Colau, un default de los PIGS: eso no es un mero re-cálculo de una triste cantidad matemático-financiera – es literalmente un ejercicio de soberanía, la liberación mental del síndrome de Estocolmo por parte de la víctima, la muerte de Samuel L Jackson -el house negro– en Django, Prometeo liberado de las cadenas de su propia imaginación.

Irónicamente, es la teoría de juegos la que resume perfectamente la dinámica mental del síndrome de Estocolmo – en el juego del gallina. Dos coches frente a frente, corriendo hacia la colisión. El primero que concede y cambia el rumbo pierde. Desde el coche de enfrente siempre vamos a oír lo mismo: obedece, concede y cambia el rumbo, si no ¡arderás en el infierno! ¡el sol va a caer! ¡la economía va a colapsar! En el fondo, es el mismo discurso del marido maltratador, epítome del intermediario: sin mí no eres nada. La deuda me conecta y encadena con el adversario – pero la deuda es humo, tan sólo una enfermedad mental – la soberanía que se ejerce a través del default es darse cuenta de que el error está en creer que la economía funciona por leyes naturales e inmodificables, es decir, creer que el coche de enfrente nunca cambiará de rumbo, ésa es la victoria de la hegemonía capitalista, pero es que la economía está compuesta por personas que sí pueden cambiar. ¡Exacto! Entonces agarra fuerte el volante, yo es que estoy muy loco, mi rumbo no cambia y sigo con el escrache hasta el final. Siempre que se intente cambiar una estructura de poder, sea la esclavitud negra en USA o la esclavitud por deudas en la UE, se amenazará con alterar el curso cósmico de la historia, pero lo cósmico no es más que un relato compartido, una alucinación mental de muchos, un juego las reglas del cual no están escritas por nadie más que por nosotros mismos. Sí es posible que sea el otro quien cambie de rumbo y no nosotros. Sí hay alternativa. Sí se puede.

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El liberalismo como enfermedad mental (2): la práctica

19 febrero 2013

En 1953, Milton Friedman publicaba un artículo que se haría famoso, The Methodology of Positive Economics, donde defendía que no importaba que las premisas de una teoría fueran realistas o no; lo que importaba eran sus predicciones (o que cace ratones, diría Deng Xiaoping). El problema es que, con suficiente imaginación, uno puede inventar y jugar con las premisas hasta dar con las conclusiones lógicas deseadas – es lo que se desprende de la tesis de Duhem-Quine y no sólo pasa con la economía sino con toda ciencia: uno también puede describir las trayectorias planetarias  desde el paradigma ptolemaico que pone la Tierra en el centro de todo -con complicados epiciclos- o también se puede describir la física de partículas sin neutrinos, pero se carga el principio de relatividad de Galileo. Pero estos intentos se quedaron en eso, en meros intentos.

No sólo existe la crítica sobre el uso de las premisas, sino que una restricción meramente técnica como la falta de ordenadores con la que tratar las ingentes cantidades de datos que requiere el estudio de los sistemas complejos hacía que se priorizara, por necesidad práctica, la construcción de modelos teóricos sobre la econometría. Por lo que respecta a la metodología, se puede hablar de crisis del paradigma samuelsoniano de la ciencia económica – pero eso no quiere decir que no se pueda hacer ciencia. Lo que pasa es que uno pilla la sensación de que la antropología económica describe la realidad económica tal como es mientras que la ciencia económica, tal como debería ser (oséase, teniendo en cuentas tales premisas y tal).

Xavier Sala-i-Martín: Es lo que los economistas llaman incentivos. Y los incentivos excesivamente igualitaristas, que es lo que quieren los socialistas, hacen que las cosas no funcionen. Por ejemplo, una pregunta para ti: ¿crees que es 1) eficiente y 2) justo que un profesor ponga notables a toda la clase?

Jotdown: Ni lo uno ni lo otro, evidentemente.

Curioso que XSiM saque este ejemplo siendo profesor de Columbia, porque en Columbia se puntúa casi siempre con A, porque se da por descontado el esfuerzo del alumno en una universidad tan prestigiosa. De todas estas abstractas premisas, la más problemática es precisamente la premisa madre, la del Homo Economicus, un ser individual y robinsoncrusoniano, con derechos por justicia natural, producto de la imaginación ilustrada y que opera al margen de las relaciones sociales. Como comenta Granovetter, Adam Smith ya postula que un requisito necesario para la competencia perfecta es la atomización social. La cuestión está en que la misma realidad se construye, a nivel epistemológico, en el juego de interacciones humanas – lo que llamamos realidad es un discurso consensuado sobre qué alucinaciones son compartidas y cuáles no – una alucinación se constituye socialmente como tal (como enfermedad mental) cuando se vive sólo individualmente, al margen del colectivo. Es por eso que el Homo Economicus es un enfermo mental.

O, dicho de otro modo, una utopía. Polanyi apunta bien en esto: el libre mercado -es decir, regido por interacciones impersonales con la única función de maximizar la utilidad individual- no puede convertirse en el mecanismo central que organice toda una sociedad, porque simplemente no está hecho para ello. Es su famoso double movement: la expansión del libre mercado implicará siempre una reacción en contra de la sociedad para protegerse de él, llámese fascismo, comunismo, socialdemocracia, altermundialismo o la PAH. En otras palabras, el liberalismo nos impone una visión idealizada y artificial del ser humano y de la sociedad, como si fuera cualquier otra ideología utópica, y no escapa por lo tanto de sus mismas problemáticas totalitarias: imponer la atomización social como quería Smith es algo que simplemente va contra natura, si es que existe la natura humana…

Sus mismas problemáticas totalitarias – un gravísimo cataclismo social: cuando Smith escribía sus textos, en ese momento en la misma Inglaterra muchos campesinos estaban siendo masivamente expulsados y expropiados de las tierras comunales que constituían su único medio de subsistencia con el fin de poderles dar un ‘uso eficiente’ por parte de la clase propietaria, es decir, el pastoreo de ovejas, la lana de las cuales era muy valorada en Flandes. Estos desterrados serían un grave problema para el relato triunfalista de la revolución industrial (a lo Leibniz, ese mejor de los mundos posibles) y tendrían que ser invisibilizados, disciplinados domesticados para pasar a constituir la nueva clase obrera inglesa. Los discursos de los autores liberales y moralistas que Polanyi o Thompson describen tan bien, criticando el comportamiento poco eficiente y productivo del pobre culpable de su pobreza (cuando había sido expulsado de su tierra por la fuerza!), evocan inevitablemente relatos de corte estalinista sobre la necesidad de re-educación del personal, del cual tú y yo ahora mismo somos resultado – idéntico al coetáneo discurso orientalista sobre el sujeto colonial: son vagos, holgazanes y brutos que tienen que ser civilizados e iluminados por el pensamiento racional. Eso a nivel interno: a nivel externo, se sucedía el colonialismo y el genocidio negro – el esclavo y el obrero asalariado como dos reflejos de la misma cosa – el libre trabajo como algo esencialmente extraño al liberalismo.

Una pregunta válida, dado el historial de la cosa, sería hasta qué punto el mercado se asemeja al mundo idealizado de Smith que después parió los DSGE y la respuesta es un bueno-sin-pasarse. Resulta que en un mundo de Homo Economicus no hay empresas, porque los empleados se guían por el oportunismo egoísta (free-riding). Pero en realidad (la de la sociología económica, no presentemos como natural otra visión de la cosa) resulta que se coopera mucho más y las relaciones de negocios que se consideran que determinan el éxito de una empresa no son en absoluto impersonales (Granovetter), sino fundamentadas en la cercanía y la reciprocidad con los clientes y proveedores (Uzzi, Powell). Obviamente también existen las relaciones impersonales y maximizadoras, que además son más frecuentes en general, pero no son cruciales como se las pinta.

Así que al final resulta que en el mercado cooperamos con los que tenemos cerca y maximizamos con los que tenemos lejos: vaya, igualito que lo que los antropólogos siempre han llamado reciprocidad. O, como lo llama Graeber, comunismo, porque se basa en dar de modo altruista, sin esperar nada a cambio (teóricamente) aunque en la práctica es un quid pro quo, hoy por ti, mañana por mí (o por otro que sea miembro del grupo). Este ‘mañana por mí’ implica la obligación de reciprocar el favor hecho, es decir, una deuda – eso constituye la sabia misma de la sociedad humana: una tupida red de favores y obligaciones en la que todos estamos inmersos. En la línea de la antropología, lo interesante de Graeber es este esfuerzo de situar las relaciones económicas en su contexto tanto social como moral, precisamente contra el esfuerzo habitual de los teóricos liberales de presentar un tipo muy específico de ellas como natural, universal y absoluto.

En ese sentido, se presenta como una mera operación matemática en un libro de cuentas -el saldo acumulado después de tener más gastos que ingresos durante varios periodos- lo que en el fondo es una obligación social con toda su profundidad humana: reciprocar un favor pasado. No es que operemos siempre con la misma racionalidad económica: utilizamos diferentes en contextos sociales diversos. Graeber cuenta, con razón, que en los contextos altruistas-comunistas, como la familia o la amistad (o una estrecha relación política o de negocios…) las relaciones profundas y largas lo son precisamente porque se construyen como un intercambio continuo de favores, pero en el cual la deuda contraída nunca termina de ser cancelada – porque cancelar definitivamente la deuda equivale a terminar la relación. En cambio, en una relación impersonal, una reciprocidad lejana, la deuda siempre es cancelada ipso facto (porque a ver cuándo te veo otra vez). Más que si mercado postmoderno o tribu primitiva, el factor determinante es la frecuencia de interacción con la persona en cuestión.

El relato de Graeber es un fascinante viaje histórico esencialmente descriptivo pero muy poco analítico, a través de los primeros-cinco-mil-años de deuda como concepto más social que económico: cómo el primer Estado arcaico, en Sumeria, más que funcionar según el relato lysenkiano de Smith, sí documentaba en tabletas de arcilla la totalidad de las deudas contraídas en toda su complejidad (¡por algo se inventó la escritura!), cómo, mucho más tarde, fueron los Estados griegos que financiaron sus mercenarios, de aventura imperial, con la invención de la moneda (y así forzando la creación de mercados en los territorios conquistados, ya que ésos tenían que pagar el tributo imperial en esa misma moneda con la que el mercenario recibía la paga y ¡alehop! círculo cerrado), cómo la historia es una alternancia entre periodos de paz basados en complejos sistemas de crédito (época preclásica y medieval) tejidos a través de redes estables de confianza, y periodos de guerra y destrucción regidos por el complejo militar-monetario-esclavo (época clásica/axial)… Hasta llegar a la Inglaterra de Smith.

«No es de la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero de lo que esperamos nuestra cena, sino de sus miras al interés propio, y nunca les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas» – La Riqueza de las Naciones

Al contrario, una vez más: como indica Graeber, el problema de Smith es que uno sí apelaba a la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero, porque se vivía a crédito -entendido como confianza interpersonal-, que era el fundamento de las economías locales de entonces. En ese momento, dos racionalidades convivían en la misma sociedad – el crédito en el comercio local, pero los impuestos tenían que ser pagados en metálico – impuestos para sufragar la deuda del Estado inglés, sumido en guerras endémicas, con los bancos. La moneda, primero oro y plata y luego papel, concebida como deuda del Estado y controlada por banqueros, gobierno y grandes mercaderes, constituía el medio de intercambio habitual en los edificios comerciales y de gobierno – y ésos no dudaron en usar las instituciones estatales, como la policía y las cárceles, para imponerla en toda la población y extraerle el máximo de su productividad, disciplinándola y domesticándola. La ideología liberal justificó todo ese proceso por mor de una eficiencia abstracta que iba a beneficiar tanto empleador como empleado – aunque luego eso no pasara y el aumento de productividad se la quedara tan sólo uno de los dos.

De ese modo, la armonía que desprende el relato lysenkiano de Smith -la sociedad entera se beneficia de que cada uno maximice su propio interés- no concuerda en nada con la violencia inusitada que supuso la activa planificación y construcción del laissez faire en Inglaterra. Los mercados son instituciones y no brotan espontáneamente – son construidos por agentes particulares y por ello requieren necesitan justificación ideológica que los presente como universales y absolutos – ése es el rol de Smith, de toda la teoría económica, que es ‘performativa’ y en absoluto neutra (Callon, MacKenzie, Mitchell). Cuando alguien te viene y te propone actuar como absolutos extraños -reciprocidad lejana- porque eso en el fondo nos beneficiará a todos, duda: sólo está justificando que no tenga que responder ante ninguna obligación social y así pueda metértela doblada, porque claro, eso se supone que es teóricamente el mercado (aunque luego no sea así). A nivel global, parece que eso es el neoliberalismo, sembrador de burbujas económicas allá donde se instala.

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El liberalismo como enfermedad mental (1): la teoría

28 enero 2013

Todos conocemos el relato del origen del dinero. Lo cuenta Adam Smith en La riqueza de las naciones: primero intercambiábamos las cosas mediante trueque, cuatro gallinas por un cerdo, tres cerdos por una vaca, tres vacas por dos caballos, un caballo por mi reino, pero cuando la complejidad de lo social llegó a un máximo, pasamos a la moneda para simplificar las transacciones.

Un cuento muy bonito, que aparece en cualquier tratado introductorio de economía hoy en día (Begg, Fischer, Dornbuch 2005, Maunder et al 1991, Parkin and King 1995, Stiglitz and Driffill 2000). Pero falsísimo: ningún etnógrafo hasta ahora ha podido confirmar el relato de Smith, sino justo el hecho contrario: el trueque como forma de intercambio habitual es virtualmente inexistente en todas las sociedades del mundo, desde las más pequeñas a las más postmodernas. El intercambio se produce normalmente vía mera reciprocidad (en sociedades más pequeñas), redistribución centralizada o vía mercado, pero nunca por trueque, que sólo ocurre en casos extremos de colapso social, como Argentina cuando el corralito, o en el contacto casual entre extraños de tribus diferentes (por ejemplo, el encuentro inicial de Colón con nativos?).

Una pequeña discordancia sin importancia, diría el crédulo. Pero esta anomalía, divorcio entre hecho y discurso, es en realidad totalmente fundamental en el relato de Adam Smith, porque de lo que se trata es de desvincular moneda y Estado, de considerar la invención de lo primero como algo previo y ajeno a la existencia de un gobierno, aunque la realidad histórica lo contradiga y atestigüe que desde la invención de la moneda en el primer milenio antes de Cristo por allá Anatolia, lo habitual es que el Estado acuñe moneda (o al menos ceda el monopolio de su producción) y luego cree el mercado. En el libro Deuda: Los primeros cinco mil años, el antropólogo libertario David Graeber («líder» de Occupy Wall Street -¡!- según la editorial castellana -bravo) desmonta así el mito liberal del trueque, anomalía en forma de afirmación supuestamente científica sin base empírica con una particular agenda política. Casualidad? Lo dudo.

Nueva York, universidad de Columbia, hace un año. En clase de teoría de juegos, el profesor Morelli, más de dos metros y ciego, podría ser un personaje de David Lynch pero es brillante académico TOP de la economía política de uno de los mejores departamentos de economía del mundo nos describe el modelo matemático de la ‘guerra de desgaste‘. Resulta que en este juego cada uno de los dos agentes racionales evalúa la utilidad propia y ajena de ganar la guerra en función del modelo. El que obtenga más provecho aguantará más tiempo el desgaste, así que lo lógico para el otro es entregar las armas ipso facto. Pues muy bien. Al terminar, un alumno pregunta: «así que, según la teoría de juegos, la guerra de desgaste nunca se juega». Morelli asiente.

Pues vaya mierda la teoría de juegos, si uno tiene en cuenta la multitud de guerras de desgaste que ha habido a lo largo de la historia. La justificación habitual es que se trata de una idealización, una mera aproximación a la realidad empírica, como cuando los físicos ignoran la fricción del viento en las caídas y les sale casi el mismo número. Pero es que esta peculiar aproximación se queda tan lejos de la realidad como mi abuela de Manhattan. Otra casualidad? En absoluto. Resulta que, en otro juego, el del ultimátum (donde un jugador ofrece una partición de cien dólares y si el otro acepta los dos se quedan con lo decidido y si no pues nada y la puta al río), los chimpancés se comportan de un modo mucho más racional que los humanos, ya que éstos últimos demuestran tener un sentido innato de justicia; rechazando ofertas demasiado injustas y ofreciendo particiones demasiado justas – lo racional sería aceptar la oferta 99-1, porque un dólar es mejor que cero.

La enésima casualidad? Lo dudo mucho. Resulta que desde Samuelson en la década de los 1940 la ciencia económica se ha dedicado a construir complicados modelos matemáticos inaccesibles al lego, las conclusiones de los cuales dependen lógicamente de las premisas adoptadas pero es que esas premisas no tienen por qué tener nada que ver con la realidad empírica. Otro ejemplo. En un seminario de economía política, el hijo de Helenio Herrera, el Mago, nos describía su modelo teórico sobre turf wars (guerras de competencias entre agencias del gobierno). Todo muy bonito y consistente. El problema es cuando terminó de explicar las conclusiones del modelo: en ciencias naturales como la física o la biología, lo normal en ese momento es pasar a explicar los resultados experimentales y compararlos con la predicción teórica. En cambio, el hijo del Mago simplemente terminó la presentación, applause y hasta otro día. En esto consiste la teoría económica: ni premisas ni conclusiones son contrastadas experimentalmente con precisión.

Inquietante, ¿verdad? Desde un punto de vista popperiano (sí, el de la sociedad abierta y tal), la teoría económica sólo puede ser considerada una pseudociencia entre la parapsicología y la ufología de Iker Jiménez, no sólo por sus premisas habitualmente erróneas sino también por su metodología tramposa, que la convierte automáticamente en imposible de falsar. Como dijo el spendaholic Krugman, los economistas confundieron la belleza (de los modelos) por la verdad. Hasta Stiglitz, pope alternativo, construyó su modelo ganador del Nobel para justificar la existencia de desempleo en una economía sin salario mínimo usando el deus ex machina de que los trabajadores holgazaneaban en el trabajo (shirking), algo que no tiene base empírica [Schlefer 2012, The Assumptions Economists Make].

Ya que no hay confrontación experimental, muchos críticos han equiparado el model-building a un mero contar cuentos [Gibbard and Varian 1978, Klamer 1992, Colander 1995, McCloskey 1990, Morgan 2001, and Cowen 2007]. Klein y Romero [2007] examinan el prestigioso Journal of Economic Theory y encuentran que un 88% de los artículos no llega al nivel de ser considerado teoría. McCloskey, más radical, reduce la teoría económica a mera retórica: en ser convincente y persuasivo en los congresos, revistas académicas y demás encuentros sociales, que se convierten en un pulso para la hegemonía del discurso. Ormerod afirma que cada vez es más claro que el intento (iniciado por Samuelson en la posguerra) de hacer de la economía una ciencia exacta ha fracasado. Y esto que sólo nos hemos escarbado en la metodología.

«Ninguna teoría económica fue abandonada nunca porque fuera refutada por un test experimental econométrico.»

Aris Spanos, econometrista, Statistical Foundations of Econometric Modeling

Sino que además el test que la refuta se olvida con el tiempo, pero la teoría permanece (Minsky). Eso convierte la economía en la más sutilmente manipulable de las ciencias con fines ideológicos. Mantras mediáticos como que las pensiones son insostenibles, la salud pública es insostenible, la austeridad es necesaria para el crecimiento o mejor controlar la inflación que crear empleo no son más que OVNIs conceptuales a prueba de evidencias-bomba que parten de modelos matemáticos todos con origen en un paradigma teórico, el modelo DSGE de expectativas racionales, uno de sus máximos exponentes, premio Nobel, Eugene Fama, afirmaba tranquilamente (después de 2008) que eso de las burbujas económicas no existía, porque implicaría que los agentes económicos no son racionales. Ah. Pues vale. Si la realidad me desmiente la premisa, es que la realidad está equivocada.

Él era el célebre creador de la hipótesis de la eficiencia del mercado (EMH), que sostiene que como el mercado es siempre informativamente eficiente, los precios siempre indican el valor real y por lo tanto uno nunca puede enriquecerse a partir del mercado (ejem, claro, eso es la paradoja de Stiglitz), aunque hasta haya una fórmula matemática para hacerlo (Black-Scholes). La EMH, con la trickle-down economics, la mano invisible (en macro), la austeridad o la privatización conforman lo que Quiggin llama ideas zombiesque las matas y no importa que vuelven a por ti, porque son invulnerables a la evidencia empírica. En el fondo, todos estos modelos teóricos no son más que creencias supersticiosas frondosamente camufladas intelectualmente, pero supersticiones puras y duras al fin y al cabo.

«Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes.» Albert Einstein

Quiggin lo llama económicas zombies, Einstein lo llama locura, Artur Mas lo llama seny, Rajoy responsabilidad y yo lo llamo enfermedad mental. En su base fundamental, ese gran timo de la historia que es la fenomenal entelequia del Homo Economicus, el ser racional que siempre maximiza su utilidad, un constructo histórico de Robinson Crusoe (que nace de los denodados esfuerzos de los liberales de conceptualizar lo que antes era mera avaricia como una noble empresa moral conducida por caballeros con monóculo; Hirschman) y un constructo social, como indican Callon, Granovetter, MacKenzie o Bourdieu. Pero es que la libertad de Robinson Crusoe, la de Hayek, Ayn Rand y Aguirre, la libertad en el vacío, está hecha de la misma materia que los OVNIs de Iker Jiménez, es puro humo: en una comunidad, cada interacción social es un juego de tensiones y tu libertad es mi represión, aunque eso pueda reducirse a un simpático si quedar a las 4 o 4 y media para un café. Una espada de doble filo, porque el derecho de unos es la coacción sobre otros: mi libertad de enriquecerme sin límite es la inmersión en la miseria para otros; la cruel imposición que sufro de pagar impuestos implica la libertad de otros para acceder a una sanidad de calidad; un techo a mis ambiciones y a mis sueños es la salud de mi abuela, etcétera.

Qué novedad, que el hombre sea un animal social. Nos constituimos en sujetos delante de los ojos de los otros y construimos sociedad, que es sobre todo interacción. No sólo sociedad, sino realidad en sí misma: es una hegemonía, un consenso resultado de una compleja lucha de tensiones. El liberal que se enfunda en el disfraz de Robinson Crusoe y reclama para sí una inexistente libertad en el vacío no sólo está exigiendo la imposible emancipación de la red social, sino también otra cosa: la posibilidad de vivir una realidad individual desconectada de la colectiva y consensuada – vivir en una realidad paralela. Es decir, que el liberalismo fuera enfermedad mental no era recurso estilístico, sino verdad de la buena.

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Realpolitik catalana

29 noviembre 2012

A mí lo que me ha flipado de las últimas semanas es la insistencia convergente en convertir en plebiscitarias unas elecciones que han explotado en sus manos en toda la complejidad que caracteriza la sociedad catalana. Al final resulta que no es buena idea presentarse a las elecciones exigiendo un cheque en blanco -‘un liderazgo fuerte en momentos excepcionales’, que parece que sus asesores no se percataron que evocaba inequívocamente la figura del dictador- con la sede embargada por un caso de corrupción, reventando ojos a tutiplén y dando palizas obra de un psicópata que se presentaba como número 2 por BCN, censurando revistas digitales que destapan casos de corrupción en sanidad al mismo tiempo que se mantiene al interfecto en las listas por Girona sin dar explicaciones, con la cuenta del Padre evadiendo impuestos en Liechtenstein y el caso de las ITV para el número 3 de BCN. Corrupción y represión culminada por una gestión pésima de las finanzas, generando deuda a casi el doble de velocidad que el anterior gobierno -‘el desastre del segundo tripartit’- al mismo tiempo que empeora meteóricamente la calidad de los servicios públicos que se ofrecen por culpa de los sádicos recortes sociales, eso sí, ‘impuestos desde Madrit, porque no hay alternativa’.

Vaya modo de cultivar mayorías excepcionales y liderazgos fuertes en momentos difíciles que tienen los de CiU en mente: el esquizofrénico «te pego porque te quiero». Preguntado por las estructuras de Estat propi en la entrevista del Ágora, Mas dijo que la idea era, por ejemplo, asumir el control del agua para después privatizarlo y hacer caja ‘para no tener que recortar de sitios más dolorosos’: la viva contradicción de construir un Estado desmantelándolo. Eso es, el modelo Menem que tantos éxitos le dio a la Argentina a principios de los 2000. O España ahora, ya que salimos de la última mediante privatizaciones y aquí estamos. En el fondo eso es lo que pasa cuando se deja la independencia, patrimonio tradicional de la izquierda y aún ahora según el CIS, en manos conservadoras, que no entienden que la independencia se consigue con cohesión social y no con la fractura social que crean sus recortes, sus palizas, su desdeño a quién piensa diferente y su corrupción, eso es, se consigue con un tejido social fuerte que suscite adhesión -unos buenos servicios públicos con transparencia- y no proyectos mesiánicos mal dibujados con cúter en la piel del débil. Dicho de otro modo, mucho más simple: no hay liberación nacional sin liberación social, como no ha parado de repetir estos días David Fernández. En demostración de su gran amor por el pueblo catalán, la claca convergente ya ha pedido que se duche y no traiga ni perro ni flauta al Parlament. Pues muy bien. Con esta tolerancia a lo diferente pensabais conseguir una mayoría excepcional?

El problema es crítico, no hay dinero: la Generalitat está totalmente en quiebra y sin poder económico real. No por la deuda del 22% del PIB, que es muchísimo más baja que la media europea, sino por una aberrante estructura de ingresos -ah, el dulce éxito de la gloriosa financiación autonómica que intentó cambiar el Estatut, ¡para eso era!- que impide cualquier gestión responsable de las finanzas. Ya no hay Espanya ens roba por el simple hecho de que ya no existe actividad económica en Catalunya que fiscalizar. Lo único que hacen los recortes -y eso es culpa exclusiva de Mas– es deprimir aún más la economía y los ingresos fiscales del gobierno, como ya dijo Keynes y no paran de recordárnoslo las agencias de rating cada vez que nos bajan varios peldaños la calificación de una deuda lógicamente cada vez más difícil de devolver: es el círculo vicioso del austericidio. Es decir, que el camino que ahora mismo andamos, el impuesto desde Madrit, representa el colapso seguro de la Catalunya autonómica. La alternativa es una aventura incierta. Al fin y al cabo, el dilema del president está entre la obediencia a la jerarquía –la voluntat d’un noble, que es el diktat europeo- y la obediencia al pueblo que no quiere austeridad –la voluntat d’un poble: desobedecer institucionalmente, plantarse, rechazando traspasar esa delgada línea roja porque es prioritaria. Eso es, en una crisis la línea roja que no se traspasa es una decisión política – o bien es la actual, el pago de una deuda asfixiante e impagable, como ordena nuestra Consti, o bien los servicios públicos y revitalizar la economía.

Así que el dilema es simétrico tanto para Rajoy y Mas a sus respectivos niveles: si el primero no hace nada, como es de esperar (algo a nivel español sería plantarse y dejar de asumir la deuda privada como pública [!], plantear una quita [!!], replantear la financiación autonómica [!!!]), el segundo se enfrenta a que la única salida viable para Catalunya para garantizar los servicios públicos -que es para lo que sirve un Estado y si no apaga y vámonos- es la independencia política y también económica, eso es, con moneda propia y por lo tanto fuera del euro. Políticamente, Mas ahora se encuentra en un momento parecido al de Maragall con el Estatut: entre la oligarquía que nota menos la crisis y no quiere independencia y las bases populares de su entorno político más amplio, que sí la quieren, pero por razones más bien identitarias. Si prefiere no arriesgar y quedarse con el sillón, el desencanto popular puede costarle muy caro (algo de democracia sí que hay, diría Marco Antonio), igual que ahora le está pasando al PSC que defenestró al sector catalanista-burgués. Ahora bien, si arriesga, el camino es extremadamente difícil, pero si tiene éxito el crédito para CiU será enorme – conociendo el pelaje de CiU es probable que no tengan esa valentía. Obviamente Mas quería una gran mayoría para gestionar la hoja de ruta a su antojo, pero su margen de maniobra es casi mínimo. Hasta parece que, en un contexto de justicia hiperpolitizada, las élites le han destapado un escándalo al PSC para obligarlo a pactar con CiU y que se olvide de soberanismos e historias alargando así la agonía autonómica –Fernández está imputado por hacer una llamada recomendando una amiga para un trabajo, lo de Bustos es otra cosa-, igual que el caso Ausàs de contrabando de tabaco (!) sirvió para que Esquerra evitara las explicaciones de Mas sobre el cas Palau. Parece que tienen un cajón lleno de escándalos y los destapan cuando así se requiere. Por eso el partido mandó callar a Maragall con lo del 3%, por eso silenciaron al presidente de la fundación de CiU, Colomines, cuando éste amenazó de ‘tirar de la manta’. Es la omertà del oasis catalán.

Desvelado todo este ladrillo, hay que señalar uno de los efectos más curiosos, mi propio síndrome de Estocolmo: a la pregunta de ‘tú qué harías para salir de la crisis?’, responder con una tonelada de propuestas políticas como si uno fuera Artur Mas o Mariano Rajoy. Pero uno no es presidente, sino un pringado cualquiera – al fin y al cabo, en eso consiste la identificación total del esclavo con el amo de la que hablaba Malcolm X al describir al house negro que habla de nosotros cuando de hecho se refiere al amo. En el fondo, nosotros también nos encontramos en un dilema simétrico al de Rajoy y Mas: o el de arriba o nosotros. La auténtica realpolitik catalana es plantearse qué puede hacer uno mismo en su propia situación, no en la de otros. Asumiendo que los de arriba no harán nada, lo que tiene sentido es, a nivel transformador, plantarse, organizarse, dejar de pagar a las instituciones extractivas (tanto Estado como mercado) y re-estructurar el tejido social

  1. Objeción fiscal: negarse a pagar impuestos al Estado. «Si uno no paga impuestos, es un defraudador. Si mil no pagan, es un gesto político». Plantarse al diktat político – sólo es con desobediencia efectiva y organizada que el jefe jerárquico se doblega.
  2. Colectivizar servicios públicos como escuelas y centros de atención primaria y, con el dinero ahorrado de no pagar impuestos, pagar las cuotas de los servicios en forma de cooperativas de usuarios. Reapropiarse de lo público.
  3. Democracia económica: negarse al expolio de la plusvalía y transformar las empresas en cooperativas – participación del trabajador en el capital y la toma de decisiones.. Eso implica abolir la dicotomía entre capitalista/emprendedor y asalariado, como en el fondo pide la teoría socialista (y también la austríaca en el fondo): sabotear la diferencia entre productividad y salarios, eso es la proporción de plusvalía que va al capital, una proporción que se auto-alimenta desde los setenta y tanto se ha ensanchado por la globalización, debilitando al trabajador y generando desigualdad.
  4. Cambiar no sólo como productores, sino también como consumidores
  5. «Tercer eje» (CUP), el democrático: participar en las asambleas populares – desacralizar el parlamento

En el contexto actual, el modelo económico que se impone para España es, efectivamente, Eurovegas: una serie de tremendos ciclos económicos donde la crisis crea un precariado en pánico que necesita desesperadamente de un trabajo para subsistir, eso es el bonded labor, hasta que llega una ola de prosperidad y trabajo mal pagado y otra crisis once again, y así sucesivamente solidificando un nuevo estado de las cosas – un neofeudalismo puro y duro, donde antes los señores feudales tenían el monopolio de la tierra, a la que los siervos estaban ligados, ahora lo tienen del capital. Y esto no se va a cambiar desde arriba, en absoluto, sólo desde abajo. Ésa es la auténtica realpolitik catalana.

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Sobre el 25-S y los antiguos aztecas

27 septiembre 2012

Cada vez que oigo a Mariano Rajoy o a Artur Mas todo serios decir, sintiendo en lo más profundo su heroico rol de gran estadista, su lugar en la historia del país, «hay que hacer sacrificios», no puedo evitar pensar en los antiguos aztecas y sus sacrificios humanos. Me imagino a Mas ya con laca en el pelo y fundado en folklóricos vestidos precolombinos, en todo lo alto de la Gran Pirámide de Tenochtitlán, serio, solemne, extraer el corazón en forma de pensión del abdomen de un jubilado, o también en forma de paga de Navidad del torso de un médico, gritando «hay que hacer sacrificios!» «Hay que contentar a los dioses!» Pero, esta vez, en vez del poderoso dios del destino y la noche Tezcatlipoca se intenta aplacar a la omnipotente crisis, afilado cuchillo de austeridad mediante.

Es muy fácil mirar hacia atrás en el tiempo y pensar, de modo condescendiente, que estos aztecas estaban efectivamente locos o bien era unos primitivos y lo que hacían no tenía ningún tipo de lógica, pero la verdad es que los sacrificios humanos de Artur Mas obedecen al mismo tipo de lógica: ninguna. No hay ningún tipo de lógica económica, ese ente etéreo y abstracto con el que algunos justifican al padre la inevitable necesidad científica del hambre de su hijo, que avale estos programas de ajuste estructural. El neoliberalismo no tiene fundamento empírico: abaratar el despido aumenta el desempleo, no lo disminuye. Flexibilizar el trabajo hace disminuir los salarios. Liberalizar el sector financiero acarrea casi siempre una burbuja y su subsiguiente estallido. Regar con dinero público a grandes bancos quebrados no restituye el flujo de crédito, sino que quiebra la economía. La austeridad no incentiva la demanda, sino la deprime. En su libro Esta vez es diferente, Reinhart y Rogoff analizan 22 casos de crisis de deuda a lo largo del siglo XX: sólo Suazilandia, en 1985, salió de la crisis de ese modo. El resto de países salieron mediante una quita de deuda o default.

Sin embargo, crisis tras crisis, el programa económico neoliberal sigue aplicándose, a pesar de la realidad. Dice Stiglitz que no es por ignorancia, es por ideología: en efecto. En la cabeza del sacerdote azteca, hay una conexión lógica entre ese largo reguero de sangre en las escaleras del templo y un futuro próspero para la nación. También en las de Artur Mas o Rajoy: no es que sean crueles de por sí, es que realmente se lo creen. Suena a esa necesidad tan católica de la penitencia y la contrición después del pecado, pero aplicado a otros. Esto no quiere decir que no haya tal conexión causal: las conexiones lógicas, que habitan en las ideologías, en el fondo existen tan sólo en la cabeza de la gente, nunca son objetivas, ya lo decía Hume. Resulta luego que las ideologías, al igual que los paradigmas científicos, quedan desacreditadas cuando la realidad insiste en desmentirlas. Entonces se convierten, primero en aproximaciones teóricas, luego en superstición. Eso es lo que son ahora las religiones de los sacrificios humanos, la azteca y la neoliberal.

Pero no todo es ideología. También es un puesto de trabajo. Los paradigmas ideológicos nunca se suceden de modo claro ni nítido ni limpio; la transición en el relato hegemónico no ocurre tranquilamente; la crisis siempre ocurre profundamente inmersa en la tensa suciedad de los juegos de poder que se dan en una sociedad. Es en cada una de sus interacciones sociales que aparece el dilema entre la obediencia a una autoridad ahora implacable y la compasión que mueve a la rebeldía pero también al riesgo. En el fondo, no es tan sólo un dilema entre un puesto de trabajo asegurado y la justicia social, sino entre dos ideologías en tensión: la que concibe ese acto de violencia como algo legítimo, normal y necesario y la que lo concibe como manifiesta injusticia, creadora de un sufrimiento inadmisible: el mosso que elige entre obedecer la orden del comisario de dar una paliza a unos manifestantes o decir ‘no’; el secretario judicial que elige entre ejecutar la hipoteca y desahuciar según ordenado por el juez o decir ‘no’. Pero es que, al mismo tiempo, el comisario y el juez se encuentran en una encrucijada similar, sólo que un nivel por encima, pero ellos también pueden decir ‘no’: cuando el capitalismo se vuelve crisis, la sociedad deviene un experimento de Milgram masivo. En cada una de las interacciones de la tupida red social, en cada uno de sus niveles fractales, se plantea el dilema, «obedece o arriésgate a perder el puesto» – así es cómo se propaga el poder a través de la sociedad, cómo se reproduce y perpetúa la injusticia.

Cuando Merkel declara el estado de excepción en el capitalismo y prohíbe la posibilidad de quiebra de los bancos españoles precisamente porque deben dinero a los bancos alemanes, Mariano Rajoy se convierte, también él, en el sujeto del experimento de Milgram; al otro lado del cristal se sienta, atado, amordazado, cautivo, el pueblo español en la silla con nodos eléctricos. Cómo es que Rajoy se inclina por plegarse ante Merkel, al precio del sufrimiento de todo un pueblo – de su propio pueblo? No puede ser sólo ideología. No puede. También es un puesto de trabajo: la posición de poder que ostenta Rajoy viene totalmente condicionada por el hecho de que el flujo de crédito alemán se mantenga constante, un flujo de capital a partir del cual se construyó una cultura del subsidio de facto a través de bancos y cajas y administración pública, repartiendo favores en forma de adjudicaciones de obras públicas, créditos privados o puestos de trabajo en la Administración.

Pero los beneficiados no eran tan sólo gente como el Bigotes, el consejo de administración de Bankia o Santiago Calatrava, sino todos quiénes obtuvieron un puesto de trabajo con ese aumento brutal en la demanda. Al fin y al cabo, el poder es una transacción, un pacto casi fáustico, en la que se intercambia la sumisión, primero voluntaria, después ya veremos, por la concesión del favor: también el Estado de bienestar o un salario son favores -o sobornos de una clase social entera? Ahora bien, sin ese flujo de crédito alemán, Rajoy está desnudo frente el pueblo. Ya no tiene dinero para sobornarle. Rajoy ya no es Rajoy. El castillo de cartas se tambalea. El pueblo está inquieto. Está en la calle.

Todo esto recuerda a las prácticas coloniales de un imperio como el romano o el británico. Su dominio colonial no se basaba, obviamente, en la mera coerción, sino se apoyaba en las redes de poder locales ya existentes, aprovechando la legitimidad que ésas ya tenían. Cuando el imperio iba a civilizar un pueblo, iba a sus líderes y les hacía una oferta que no podían rechazar: a cambio de respetar su posición de poder local, exigían poder extraer recursos de la población a través de la legitimidad de la élite. Era su experimento de Milgram particular. Si la élite local decía ‘no’, utilizaban la fuerza y le movían el sillón, imponiendo un candidato que sí aceptara el pacto, ya sea Vercingetórix contra Julio César o cuando el directorio alemán de Europa le movió el sillón a Berlusconi y a Papandreu por no plegarse ciegamente a su exigencia de sacrificios humanos. De ese modo, tanto los intereses de la élite local de la colonia como los de la élite imperial de la metrópoli se terminaban entretejiendo, unificando y centralizando. Ahí está Rajoy, compartiendo intereses con Merkel, recortando derechos fundamentales en forma de Estado de bienestar para rescatar a los incompetentes bancos alemanes.

I jo us puc assegurar que aquests reaccionaris que s’autoanomenen catalanistes el que més temen és el redreçament nacional de Catalunya, en el cas que Catalunya no els restés sotmesa. I com que saben que Catalunya no és un poble mesell, ni tan sols intenten deslligar la política catalana de l’espanyola. (…) Estigueu segurs, amics madrilenys que m’escolteu, que si algun dia es parlés seriosament d’independitzar Catalunya de l’Estat espanyol, els primers i potser els únics que s’oposarien a la llibertat nacional de Catalunya, foren els capitalistes de la lliga regionalista i del Fomento del Trabajo Nacional.

Salvador Seguí, octubre 1919, Ateneo de Madrid

De Tenochtitlán a Berlín y ahora en Barcelona. Y es que la posición de Artur Mas es (casi) simétrica a la de Rajoy – los dos se han convertido en el brazo ejecutor de la oligarquía local, esa que dice que el Estado de bienestar es insostenible y por eso hay que desmantelarlo (?), la de hay que hacer sacrificios humanos. Mas sabe perfectamente que le pueden mover el sillón desde arriba, ponerle un Duran Lleida en su sitio, cuando Fomento del Trabajo vea peligrar sus intereses económicos tan bien entretejidos con la élite central, pero también desde abajo. En Convergència, partido conservador como pocos, la aventura del soberanismo ha crecido hasta el punto en que Mas va ahora a remolque del pueblo; el clásico juego de la puta i la ramoneta cada vez es más difícil – si Mas no es lo suficientemente claro, alguien más soberanista que él le puede mover el sillón con el apoyo de las bases del partido. Cada vez más difícil, que no imposible. En todo caso, cómo es que ha crecido tanto el separatismo?

Se puede debatir, con los datos sobre la mesa, si el déficit fiscal de Catalunya con el Estado es efectivamente la barbaridad del 9% del PIB? Efectivamente parece más sensato un modelo de financiación en el que comunidades autónomas gestionen no sólo gastos, sino también ingresos, además de incorporar mecanismos bien establecidos de solidaridad interterritorial – y es que el federalismo fiscal favorece la responsabilidad presupuestaria. Ahora bien, la cuestión es que no, era imposible debatir: si estas reclamaciones venían de Catalunya, rápidamente eran clasificadas como nacionalistas, motivadas por sentimientos identitarios o, peor, por el egoísmo insolidario de la pela. Apelando a sentimientos étnicos, dibujando tan sólo un simplista eje lineal donde hay una nube, se desarticula la complejidad de cualquier discurso y se desmantela su potencial reformador: ¿quién está ahora en mayoría tanto en Madrid como en Barcelona? Da igual que, según las encuestas, un tercio de los catalanes siempre apuesten por un Estado federal; da igual que Carod Rovira diga que Catalunya es un país plurinacional o que Puigcercós niegue que sea nacionalista y alerte contra el nacionalismo intolerante que no quiere una Catalunya mestiza; da igual. Siempre es la matraca pseudo-internacionalista del ilustrado gentleman con monóculo en el ojo «es que yo soy más de quitar fronteras», «los territorios no tienen derechos, lo tienen las personas», «el nacionalismo excluyente», «todo esto son sentimientos irracionales» y «la lengua de todos». Al fin y al cabo, es izquierda jacobina contra izquierda federalista.

Precisamente la incapacidad de algunos de comprender lo que estaba pasando más allá del Ebro me recordaba a la estupefacción de mucha CT intentando comprender al 15-M; incapaces de clasificarlo y procesarlo según sus propias estructuras mentales, todo tenía que ir según la lógica partidista. Y es que esto lo escribía antes del 25-S – si trasladamos hace dos días a Madrid el simplista discurso intereconómico que gusta de confundir separatismo con nacionalismo, «los manifestantes eran nacionalistas españolistas insolidarios, ya que se oponían por motivos sentimentales-identitarios a recortar derechos sociales para regalar dinero público al sector financiero». Como todos sabemos, los bancos europeos son el mecanismo más eficiente para distribuir capital que se ha dado nunca en la historia; negarles a entregarles tu dinero, aunque te empobrezca, es tremendamente insolidario con tus camaradas europeos. Obviamente, este «discurso pro-Europa» -porque en esto consiste el discurso- tiene la misma lógica económica -y humana- que la adoración azteca del dios Tezcatlipoca: ninguna.

Ahora bien. Es un dulce y suave cosquilleo que sube por la espalda ver cómo en cada uno de los experimentos de Milgram de la sociedad cada vez más triunfa la ideología de la rebeldía sobre la de la obediencia; ver cómo el antaño sólido discurso de la Cultura de la Transición se tambalea y cruje y se rompe en pedazos – y cómo un discurso nuevo y fresco le amenaza su hegemonía, trepando lentamente las paredes, pero inevitable. Cada vez somos más. Decía Bourdieu que lo único que diferencia a Rajoy, que dice ser presidente del gobierno, del loco que dice ser Napoleón es que al primero se lo creen. Todo está en nuestra cabeza. Cada vez más somos los que no le creemos y nos emancipamos de esa esclavitud mental. En el fondo, tanto en Barcelona el 11S como en Madrid el 25S, se trata de reivindicar nuestra soberanía. Pero sólo dándonos cuenta de este hecho fundamental, trazando paralelos, comprender al otro en sus reivindicaciones, diseñando alianzas y solidaridades, diciendo NO cuando nos toque a nosotros ser sujetos en el experimento de Milgram, se conseguirá que Rajoy y Mas no tengan más alternativa que ir a remolque del pueblo. Sólo así se podrá construir una hegemonía efectiva y real, una auténtica Syriza ibérica, que desmantele un imaginario colectivo ya corrompido.

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El experimento Milgram: psicoanálisis de la marca Barcelona

6 abril 2012

En julio de 1965, el psicólogo social Stanley Milgram llevó a cabo su famoso experimento sobre la obediencia a la autoridad. En la habitación, el investigador y el «maestro»; detrás del cristal, el «alumno», atado con electrodos a una especie de silla eléctrica. El sujeto era el «maestro», al que se le decía que el experimento era para testar la memoria y el aprendizaje, y se le ordenaba de aplicar un voltaje eléctrico al «alumno» en caso de responder erróneamente. En realidad, el «alumno» era un actor que simulaba los efectos de los shocks, que eran falsos. Por cada respuesta errónea, el investigador ordenaba subir el voltaje aplicado hasta un máximo de 30 niveles, o 450 voltios. Al subirlo, el actor-alumno empezaba a golpear el cristal, quejándose de dolor, alegando ser enfermo del corazón, después aullaba de dolor, luego pedía el fin del experimento, al llegar a los 270 voltios gritaba de agonía y a los 300 voltios, dejaba de responder las preguntas, con estertores previos al coma.

Por lo general, al alcanzar los 75 voltios el «maestro» se empezaba a poner nervioso y manifestaba querer parar el experimento, a lo que el investigador, férreamente, respondía, sucesivamente:

  1. Continúe, por favor.
  2. El experimento requiere que usted continúe.
  3. Es absolutamente esencial que usted continúe.
  4. Usted no tiene opción alguna. Debe continuar.

Bajo la autoridad del investigador, el 65% de los participantes llegaron a aplicar la descarga máxima de 450 voltios, pese a la incomodidad de muchos de ellos. Pues bien. Siempre que leo a los tertulianos de la Brunete mediática catalana tan nostrada y las opiniones mimetizadas por el público apolítico, pienso en el experimento de Milgram.

¡450 voltios! ¡Dale 450 voltios! - dos personas perderán el ojo por las balas de goma del 29M

Todos sabemos cómo funciona la dinámica de estos disturbios. Un reducido grupo mezcla entre descerebrados e infiltrados los empieza, frente la pasividad de la policía y la actividad de los fotógrafos, hasta que la policía decide cargar, pero no a los violentos, sino al grueso pacífico de la manifestación. Esta vez le tiraron gas lacrimógeno a la muchedumbre. Y si hay algún asmático, un ataque de ansiedad, alguien que corre, una tragedia? La incompetencia de los Mossos para preservar el orden público es tan absolutamente flagrante ojos y bazos rotos, pulmones perforados, costillas rotas; violencia gratuita; contenedores quemados que sólo puede llevar a pensar que hay una clara intencionalidad detrás.

Y ya está: portada del New York Times, el Washington Post y el Wall Street Journal y la Masia d’Intereconomia aullando: «es ésta la imagen que queremos dar al mundo?»; «la marca Barcelona está en peligro», según expertos en comunicación que hasta piden «una reacción contundente» haciendo el juego a los sádicos sociópatas de turno, pero el sector turístico niega que pueda causar un gran impacto. Veamos el caso americano:

  1. Muchos americanos no saben ni encontrar Mississipi en el mapa, así que son de ésos que se creen que Spain está entre México y Guatemala. No tienen ni tan sólo pasaporte así que la marca Barcelona, para ellos, como que nada.
  2. Luego, el resto conoce a Barcelona por su gran fútbol y les Rambles y los más viajados saben de su arquitectura modernista, de la fiesta, de sus gentes, sus playas y buen tiempo y que ahí se habla catalán y «quieren la independencia». Unanimidad: «nos encanta Barcelona!» y no van a cambiar de opinión por un starbucks quemado.
  3. Si leen los periódicos, habrán visto las famosas portadas. Quizá alguno se asuste. Pero si se va más allá y leyendo los artículos, se descubren las verdaderas reglas del juego, el golpe y el posterior contragolpe: el Washington Post describe a los manifestantes como «lívidos frente a una reforma laboral que ven flagrantemente a favor de las empresas«, el New York Times habla de las dudas que levantan unos programas de austeridad que se ceban y castigan a los más débiles, con resultados que aún deprimen más la economía a costa de exacerbar las tensiones sociales, según el Wall Street Journal y el Financial Times, que se declara perplejo con la composición de los recortes sociales de Rajoy, una farsa y un sainete según el economista antisistema Sala-i-Martín. La cosa está muy clara: en España hay crisis económica, somos la S de los PIGS: si hay violencia, es como respuesta a los recortes y a la crisis. Si es algo, el americano apolítico siente lástima por los españoles.
  4. Si está politizado, o bien se indigna como nosotros [Occupy Wall Street] y nos aplaude en nuestras movilizaciones, o bien es un alto financiero de Wall Street que -oh, lástima- ya no ve tan atractivo invertir en Barcelona. Cuando Tahrir, ése mismo tampoco aconsejó invertir en Egipto. Se quedaron sin su Eurovegas, pero con un poquito más de democracia. Difícil dilema: hasta hace poco, los liberales y los demócratas luchaban juntos. Parece que ya no.

En resumen: si hay peligro, es en la desinversión, no en el turismo y es ésta y no otra, de hecho, la razón de existir de la marca Barcelona, que se inscribe en la dinámica actual del neoliberalismo de fiera competición global entre ciudades para atraer capital.

NO M’INTERESSA, ARA, DISCUTIR les raons que se suposa que justificaven la vaga ni entrar a valorar la seva utilitat. Salvador Cardús, brunético

D’aquests desordres urbans, kale borroka al País Basc, violència urbana a Barcelona que s’ha cronificat, provinent de diverses situacions o diverses ideologies o millor dit, diverses actituds, perquè no hi ha ideologia darrere d’això. Felip Puig, genio del mal

Sólo sustrayendo el evidente carácter político de las protestas se las puede presentar como meros actos vandálicos a los que sólo se les puede aplicar el Código Penal. Sólo negando la enfermedad, los síntomas se vuelven absurdos y el diagnóstico, erróneo. Sólo negando que su flagrante realidad es la de ser un contragolpe al auténtico golpe, que es el total desmantelamiento del Estado de bienestar y la transición al neofeudalismo laboral, se las puede volver inocuas, perseguir y reprimir ante los ojos del público apolítico. Siempre fue así, negando la existencia flagrante del golpe y por eso banalizando el contragolpe: los esclavos, los asaltantes de la Bastilla, los independentistas anticoloniales, los mecs de banlieue de París y de Londres. Siempre fue así. Con razón equiparan terrorismo y vandalismo: a los terroristas también se les niega que puedan tener razones para hacer lo que hacen, se les convierte en absurdos vándalos irracionales que atentan contra un modo de vivir, no importa que el Estado que atacan esté ocupando a su país natal. Siempre fue así. En nuestro caso no importa que estén saqueando las arcas públicas y que nos repriman todo pagado por nosotros.

Los recortes son «económicamente inevitables», dicen y lloran; este durísimo golpe, confiesan, «me duele más a ti que a mí». El FMI se siente «profundamente triste» por el suicidio del jubilado griego. Pero no es cierto. Se sienten tristes, pero no «profundamente»: sólo como cuando la madre de Bambi murió por la tele. Para Felip Puig, los 58.200 desahucios de 2011 son sólo mera estadística, los 5 millones de parados, todos los que pueblan las listas de espera. Su total falta de contacto con la realidad les hace desconocer el alcance real del sufrimiento que causa su pérfida incompetencia. Como lo desconocen, ni conciben la mera posibilidad de resistencia. La lógica económica sigue siendo consistente: reducir costes, devaluar salarios, embargar pisos si el contrato es incumplido. Otros, nunca ellos, son un precio a pagar para la sostenibilidad del sistema. Y no tenemos opción alguna: debemos continuar.

Es entonces que la falsa «neutralidad» de la marca Barcelona se revela, igual que la del tecnócrata Monti, ex Goldman Sachs: para ser más competitivos, más atractivos al capital extranjero –esa peligrosa obsesión, según Krugman– hay que reducir costes, es decir, recortar derechos. Ésa es la lógica que tenemos que aceptar para poder tener empleo y no hay alternativa – de ese modo, se nos niega implícitamente el derecho a la protesta.

Cuando el capitalismo se vuelve crisis, la sociedad deviene un masivo experimento de Milgram. Se testa la obediencia a la autoridad del público apolítico, su ingenuidad de creerse su discurso de «maestro» y «alumno», de la supuesta legitimidad de su lógica tan CT donde los recortes y la represión son lo normal y necesario y si la policía se pasa, es expedientada (y no indultada); el síndrome de Estocolmo. Felip Puig ordena: continúe! Se habla de limitar el derecho a la huelga y a la reunión, de una web de denuncias ciudadanas, de investigar el twitter, de identificaciones preventivas. El conflicto social se militariza. Ésa es la única intencionalidad detrás de las maniobras de Felip Puig, que sólo pueden llamarse fascistas: el objetivo es una masa silenciosa, miedosa y desesperada por conseguir empleo. No tienen opción alguna. Las imágenes del starbucks amplifican los nervios: es absolutamente esencial que continúen. A los que aún no han salido a la calle van dirigidas las tertulias y las declaraciones: la marca Barcelona no es más que una nación de precarios camareros sobrecualificados que acepten el Eurovegas como maná caído del cielo.

Lo que olvidan es que Barcelona no la levantaron policías ni políticos ni tertulianos corruptos sin contacto con la realidad. La levantaron jóvenes creativos y dinámicos, ésos mismos ahora sin futuro y un 50% de desempleo, abocados a salir a la calle y detenidos y criminalizados por Felip Puig. La levantó el sudor de los trabajadores ahora sin derechos, no el dinero negro de Sheldon Adelson. La levantó la rumba de los gitanos, ahora expulsados por la gentrificación y su música, secuestrada. La levantaron los centros sociales okupados ahora desmantelados, no los insulsos centros cívicos del Ayuntamiento. Se levantó desde abajo, nunca desde arriba. Por eso ahora Barcelona muere… y quema.

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Quemen más contenedores, ¡por favor!

3 marzo 2012

En este artículo, Badiou habla del drama social que ocurre en estos mismos momentos en Atenas. Cierto, es un drama social cataclísmico, donde los griegos son el “precio a pagar” para la sostenibilidad del sistema. 25.000 sin techo deambulan por Atenas, un 0,61% de su población. Entonces, uno mira a la capital del mundo libre, Nueva York, y lee que hace poco se batió el récord de sin techo, 113.000, un 1,4%, más del doble que en la dramática Atenas. Es más: la deuda externa de Estados Unidos llegó al 100% de su PIB, igual que en España en 2009 (la de Grecia era del 120%). Seis millones de personas viven en sus cárceles: más que en los gulags de Stalin. Su índice de desigualdad (Gini) es el mismo que China, «ese inestable país con grandes desequilibrios internos de riqueza», según el director de Stratfor.

La deudocracia tomó el poder primero en el Tercer Mundo, ahora en el sur de Europa, pero amenaza el mismo corazón de Occidente. Un default descontrolado de Grecia desencadenaría una reacción en cadena que podría tumbar a Europa y Estados Unidos con ella. El colapso de MF Global es paradigmático, porque expone la vulnerabilidad de Wall Street y por la perversa gestión política de su caída por parte del Zapatero americano, Barack Obama:

It means that nobody’s money is safe. It means that regulators care more about protecting the so-called “Systemically Important Financial Institutions” than about protecting Ordinary Joe investors. It means that, when crunchtime comes, central banks and government regulators will allow SIFI’s to get better, and let the Ordinary Joes get fucked.

«The MF Global scandal has made it clear that the integrity of the system has disappeared.”

Deudocracia significa gobierno plutocrático a través de la deuda. ¿Deuda de quién a quién? De nosotros mismos, porque utilizamos los servicios públicos del Estado endeudado, a nosotros mismos, porque los bonos soberanos los compran los bancos con el dinero de nuestros mismos ahorros. Entre estos dos puntos –nosotros–, una gigantesca telaraña de interdependencias económicas en los privilegiados puestos clave de la cual se han colocado banqueros y políticos que, dicen, “gestionan nuestro dinero por nuestro bien”, eso es, para la sostenibilidad del sistema. En cambio, yo lo llamo atraco a mano armada; esta vez con porras y escopetas de balas de goma.

En este sistema, el capital es tremendamente escaso (está en muy pocas manos) y por lo tanto su principal fundamento. A nivel global, múltiples ciudades compiten salvajemente entre ellas para atraerlo (Mumbai, Dubai, , Shanghai, Nueva York… Barcelona?) y convertirse en nodos de la economía global. El suelo de estas ciudades se encarece vertiginosamente, se contratan a arquitectos de renombre para aún subirle el precio construyendo macroproyectos y etcétera. Debajo de este ecosistema del capital, indiferente, una gran masa de trabajadores compite por el empleo precario y temporal que se les filtra des de arriba y, si les llega, da las gracias al empleador. Por eso la definición más ajustada de este sistema tremendamente dual no es otra que puro neofeudalismo.

Lo hace Léon Blum, presidente del Gobierno y padre de la no-intervención, que sin ser invitado y con un par, se sube a la tribuna. Y explica la razón de su decisión. Llora, realiza un silencio y dice: “No puedo hacer nada. Tengo las manos atadas”

Guillem Martínez, De cómo nunca gobiernan las izquierdas

Dualidad: capital y trabajo van por caminos distintos; es la anomalía antidemocrática del empleo asalariado, que permite la extracción de riqueza desde abajo hacia arriba. Así se consolidan los oligopolios y su poder político, se gestan los sectores estratégicos, con carta blanca para la irresponsabilidad criminal, porque “si caen, caemos todos”: su irresponsabilidad se convierte en un asunto de bien público. Si los rescatamos, la carta blanca sigue. Este chantaje político a la sociedad es totalmente estructural, nada casual. El político, por lo tanto, tiene las manos atadas. A ese nivel, nadie ni tan sólo piensa en una alternativa a los rescates trillonarios y como máximo llora cuando anuncia los recortes, mientras desahuciados se suicidan en su desespero. A ese nivel, nadie llega con una alternativa: los sindicatos verticales, comprados; los partidos, con sus mecanismos de selección de personal soviéticos, nada. Estamos como en la URSS a principios de los ochenta. En las elecciones francesas, Hollande ha prometido regular las altas finanzas. Pero el impacto de estas iniciativas es idéntico al de un default griego: el colapso del sistema. Obama también podría hacer lo que Roosevelt en su momento, trocear los bancos, pero es que es inconstitucional. A ese nivel, las manos están atadas, estructuralmente, y el combate es dicotómico: a un lado del ring, los servicios públicos; al otro, la sostenibilidad del sistema. Si a ese nivel las manos están atadas, sólo queda otro: el local.

It is hugely important and worth mentioning that ‘mistakes’ have been done in the beginning of the crises because we did not have a well-organized ‘police force.’ American psyche can be easily manipulated when they hear that there are ‘mistakes’ done and now we are ‘fixing it.’ It’s worth mentioning also what is happening now in Wall Street and the way the demonstrations are been suppressed by policemen, police dogs and beatings.”

Asesor de Bashar el-Assad

Hay que descolonizar nuestras mentes, liberarnos del síndrome de Estocolmo y darnos cuenta de esta cruel dicotomía; tomar conciencia de que el Estado de bienestar tan sólo existe porque se fundamenta en la economía de escala a partir del trabajo, de la que los gestores se quedan su parte –un robo.  Los rescates a bancos, un robo; las infraestructuras poco rentables, un robo; la existencia de directivos en TMB, un robo; los impuestos mal gestionados, un robo. Las palizas de los salvajes maníacos con placa no son desproporcionadas, ni un error, como dicen algunos, en la línea discursiva de Assad, desde siempre se ha hablado de «errores», «daños colaterales», etcétera, pero esto es puro monopolio informativo de la violencia, pura CT, que insiste en eliminar la carga simbólica política a la violencia sistemática de unos y el «vandalismo» de otros: en absoluto, es represión estructural a quién se atreve a descolonizarse y a replicar al atraco a mano armada.

Sería “un error” si los mecanismos de selección y el entrenamiento de los cuerpos de seguridad fueran democráticos y transparentes, si después de las palizas hubieran expedientes y cárcel y no absoluciones ni indultos, pero es que no es así. Es violencia estructural contra los que se quejan del atraco y, cuando alguno se pasa y quema algún contenedor, aún existen colonizados por el síndrome de Estocolmo que dicen “¡así no!” y otros que lamentan la mala imagen que da Barcelona, «la marca BCN», que precisamente ve obstaculizada su frenética carrera global en la captación de capital y, por lo tanto, en la supervivencia del relato del neofeudalismo. Visto como está la cosa, entonces, quemen más contenedores, ¡por favor!

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Paro: archipiélago gulag

20 febrero 2012

To my children, George, Sophia, Nicholas and Andreas, with the wish that they contribute to the building of a rational social order

Andreas Papandreu

Fina ironía tiene la Historia. ¿Qué ha quedado del deseo del padre de Papandreu en la dedicatoria de su libro Paternalistic Capitalism? El total desmantelamiento de la democracia griega por obra de su hijo.

En El mundo de ayer, Zweig evocaba el pasado previo a la Primera Guerra Mundial, esa época dorada de paz y prosperidad que se perdió para siempre y, en 1919, en el esfuerzo de volver a ese pasado, se terminó desencadenando la Segunda. En 1919, el Tratado de Versalles imponía medidas draconianas a los países perdedores que los sumieron en deudas imposibles de pagar, que, junto a la inestabilidad del patrón oro, iniciaron el efecto dominó que culminó en el Crac del 1929 y la Gran Depresión. ¿Les suena? Sí, es exactamente lo que está pasando hoy mismo, pero cambien Alemania por Grecia y patrón oro por euro. Once again, el viejo dilema de nacionalismo versus internacionalismo, donde los nacionalistas aducen que «los griegos tienen que pagar sus deudas» mientras que los segundos, más agudamente -igual que en 1914-, hablan del rescate de los bancos (alemanes, pero como si fueran zulúes) por los trabajadores griegos.

Once again, ya no podemos volver a un mundo ya perdido: el Occidente socialdemócrata de 1945-1973, próspero, con respeto por los derechos y libertades individuales y con una fuerte redistribución de riqueza a través de impuestos, la utópica «democracia de clases medias». Ya no hay vuelta atrás: no sé hasta qué punto somos conscientes de esto, cuando elegimos un domingo para manifestarnos «por nuestros derechos» y no un día laboral o cuando las medidas que propone cierta izquierda tradicional pasan por un gobierno mundial (Vicenç Navarro) o un capitalismo regulado con un Estado del bienestar fuerte (Josep Fontana). Son propuestas totalmente naïf porque no van al corazón del problema – siguen operando con los esquemas mentales del mundo de ayer. Por ejemplo, que vivimos en una democracia y la Constitución es un papel que siempre se cumple. Ya, como el artículo 47, el derecho a una vivienda digna, en pleno diluvio de desahucios.

La historia se repite y, esta vez, como farsa; porque el diagnóstico, irónicamente, ya hace años que está escrito. En 1971, tenemos el shock de Nixon, la aniquilación de Bretton Woods, el memorándum de Lewis Powell, etcétera, es el inicio de la Gran Divergencia, el péndulo de la historia cambia de dirección, con un doble movimiento: a nivel político, se desmantelan los sindicatos y se desregula el sector financiero (por eso Clinton se apoyó en los segundos y no en los primeros para poder ganar las elecciones). A nivel económico, empieza la globalización y la entrada de una gran masa de trabajadores en el mercado mundial. El equilibrio entre capital y trabajo en el que se fundaron los treinta años gloriosos se rompe por la mitad. Para Juan Rosell, un trabajador español que te produce lo mismo que un chino y además cobrando varias veces más y que además se ha olvidado de hacer revoluciones a lo soviético ya no es tan necesario ni peligroso como antes. Ya no hace falta pagarle ningún Estado del bienestar para que le puedas seguir extrayendo la plusvalía sin que se queje. Ahora se puede quejar y Rosell tan tranquilo.

En el periodo 1976-2007, los salarios reales americanos bajaron un 7%, como también bajaron los españoles entre 1994 y 2007, con boom económico o sin él. Toda la riqueza que se creó se fue para arriba, para un sector muy concreto de la sociedad, y si nosotros vimos un aumento del nivel de vida fue a base de endeudarnos. El tecnicismo económico se llama brecha entre productividad y salarios, que se disparó a partir de 1971, y su causa no es otra que los beneficios del trabajo -la plusvalía- se los queda el empresario y no el trabajador, porque el trabajador no posee los medios de producción, a diferencia de una cooperativa, donde participa triplemente: propiedad, resultados y gestión.

Todo el liberalismo, por lo tanto, se sustenta en una mentira: que democracia y trabajar por cuenta ajena son compatibles. «Primero se crea la riqueza y, después, automáticamente, se redistribuye». En una situación de libre competencia perfecta, dice, los oligopolios se crearán y destruirán dinámicamente, lo que Schumpeter llamó destrucción creativa. Pero lo que pasa en realidad es, número 1, que política y economía no están separadas y a la mínima el oligopolio capturará el poder político para preservar sus privilegios. El libre mercado se sustenta fundamentalmente en un equilibrio inestable y siempre tenderá a desviarse, brecha de productividad y salarios mediante, al oligopolio y la captura del poder político: siempre habrá transición de democracia liberal a dictadura de los mercados. Número 2, el libre mercado es intrínsecamente ineficiente -la famosa mano invisible no existe al nivel macro (Stiglitz)-, porque siempre hay externalidades.

Número 3, estas «externalidades» es el nombre que los premios Nobel de economía dan a los daños colaterales de la destrucción creativa: los trabajadores de baja productividad, el español de a pie. Para el liberal, el sufrimiento de estos trabajadores obsoletos es el precio a pagar para la prosperidad del sistema y, con esa pirueta dialéctica, su justificación moral es idéntica a la de los estalinistas con el gulag y los nazis con Auschwitz. Libremercado no es humanismo, es totalitarismo, porque va en contra de la dignidad humana.

—¿Rebelarse? Habría preferido no oírte pronunciar esa palabra. ¿Acaso se puede vivir en rebeldía? Y yo quiero vivir. Respóndeme con franqueza. Si los destinos de la humanidad estuviesen en tus manos, y para hacer definitivamente feliz al hombre, para procurarle al fin la paz y la tranquilidad, fuese necesario torturar a un ser, a uno solo, a esa niña que se golpeaba el pecho con el puñito, a fin de fundar sobre sus lágrimas la felicidad futura, ¿te prestarías a ello? Responde sinceramente.

—No, no me prestaría.

—Eso significa que no admites que los hombres acepten la felicidad pagada con la sangre de un pequeño mártir.

Dostojevski, Los hermanos Karamazov

No, no lo admito!: toca rebelarse contra el archipiélago gulag del paro. Podemos aceptar un trabajo, un salario y dar las gracias al empresario de turno como antes el jornalero daba gracias al señorito, olvidándonos momentáneamente del estado real de las cosas, quedándonos tan sólo con las migajas del crecimiento económico, siempre con el miedo en el cuerpo de que nos despidan –el miedo, materia prima de las dictaduras. Pero la tendencia económica es inexorable y la dictadura de los mercados pasa de un eufemismo a la realidad, institucionalizando la precariedad laboral como forma de vida.

La ley de las Diez Horas de 1847, que Karl Marx consideró la primera victoria del socialismo, fue el trabajo de reaccionarios ilustrados.

Karl Polanyi, La gran transformación, biblia de Toxo y Méndez y otros socialistas reaccionarios

No se trata de frenar los impulsos del libre mercado, como diría Karl Polanyi. No se trata de resistir pasivamente. Se trata de rebelarse. De Karl Marx a Polanyi, el socialismo pasó de querer transformar la sociedad a querer dejarla como estaba, de ser progresista a un engendro reaccionario, pero en un mundo dinámico contentarse con lo que hay, el paternalistic capitalism de Papandreu, equivale a perderlo. Toca descolonizar nuestras mentes -por ejemplo, ver a la policía como partidarios del régimen y no como servidores del orden público-, sacudirse el miedo de encima, decir No al paternalismo, colectivizar los servicios públicos y las empresas, convertirnos en emprendedores y meter nuestro dinero en iniciativas como Kiva para que abran el grifo del crédito sin pasar por arriba. Ya que banqueros y políticos van a la suya, nosotros también. España no es sólo el país reaccionario de Fernando VII, el deseado, sino también el que en los años treinta se sublevó y luchó por sus derechos. Toca honrar a nuestros abuelos.