En el contexto social deslocalizado, el filósofo Emmanuel Levinas habla de la necesidad moral de restituir el valor del otro, de reconocer su rostro y reconocerlo como prójimo, sobre todo después de la hecatombe de la IIGM. Reconocer el rostro del otro no es más que empatizar con su dolor, sus miserias, sus alegrías y sus dudas; es darle una dignidad. Metrópolis, la ciudad alienadora que cosifica el ser humano, genera espacios vacíos donde los rostros quedan desdibujados y nadie se encuentra en el otro.
Dondequiera ha surgido el hombre-masa de que este volumen se ocupa, un tipo de hombre hecho de prisa, montado nada más que sobre unas cuantas y pobres abstracciones y que, por lo mismo, es idéntico de un cabo de Europa al otro. A él se debe el triste aspecto de asfixiante monotonía que va tomando la vida en todo el continente. Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales». Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meres idola fori; carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga -sine nobilitate-, snob.
Ortega y Gasset, La rebelión de las masas
El hombre-masa, the average man of today, es el niño sin cara de Pink Floyd: alguien infantilizado que ha renunciado a sus responsabilidades para con el otro. Ha delegado funciones esenciales del ciudadano como la política o la educación, tareas que todos tenemos que llevar a cabo en una comunidad cohesionada, en especialistas ajenos que ni les va ni les viene. La deslocalización social, por lo tanto, conlleva dejación de responsabilidades en la política y en la escuela, pero también es causa de delincuencia: es más fácil robar a quién sólo se ve como una víctima (y no como una persona). Igualmente, promueve también la conflictividad social: sin ir más lejos, los problemas en la organización territorial de España muchas veces vienen por la incomprensión que mantienen sus pueblos, sólo entendiéndose mediante una prensa morbosa que funciona a golpe de titular.
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