Posts Tagged ‘ciencia social’

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Europa: una major transition in evolution

26 julio 2011

En el año 1995, el biólogo y teórico de juegos John Maynard Smith y el químico Szathmáry publicaron el libro «Major Transitions in Evolution«, donde daban cuenta de una transición arquetípica y ubicua en la historia evolutiva: el salto de entes que compiten entre sí a nivel individual a la integración de todos en un solo ente donde cooperan entre sí y la competición es suprimida de algún modo, porque se reproducen integralmente con el todo. Es decir, la serie -no consensuada- era –

  • moléculas replicantes > compartimentos de molécules replicantes [primera célula mínima]
  • replicadores independientes (probablemente de RNA) > cromosomas [hipótesis del RNA world]
  • RNA como gen y enzima > DNA como gen, proteínas como enzimas
  • células procariotas [sin orgánulos internos] > eucariotas [con núcleo y mitocondria y cloroplasto fruto de una endosimbiosis]
  • células asexuales > aparición del sexo
  • organismos unicelulares > organismos pluricelulares
  • individuos solitarios > colonias
  • sociedades de primates > sociedades humanas [con lenguaje; evolución sociocultural]
El tema es interesante de por sí, porque es difícil de explicar el salto de free-riding a cooperación cuando evolutivamente no es estable para el individuo, pero una vez integrado en un todo el fitness es mucho mayor, tanto individual como colectivo. Hay cierta coevolución entre el comportamiento individual de cada agente y la estructura que se forma con estos comportamientos, feedbacks dinámicos que se retroalimentan entre sí, porque, si bien la teoría dice que la estructura de las interacciones puede sostener la cooperación -la especialización del trabajo no es más que interacciones no arbitrarias entre los agentes que les hacen depender entre sí-, lo que la hace permanente es la evolución del comportamiento de los agentes a nivel individual. Dicho de otro modo: primero los organismos unicelulares compiten entre sí por los recursos, pero en compartir espacio interactúan y se dan actos fortuitos de cooperación. Entonces estos actos de cooperación se pueden volver más habituales o no en función de si los organismos han evolucionado comportamientos más altruistas; es más, comportamientos que se especializan en un rol consolidando las interdependencias de la red y así convirtiendo lo que era temporal en un organismo pluricelular.
La cuestión es que es habitual en la historia -biológica, socioeconómica- que se establezcan estas redes de interdependencias que mezclan competición con cooperación. Ahí se da un dilema evolutivo: en estado de shock, las redes de cooperación se consolidan como respuesta y se integran hasta el punto de construir un nuevo individuo pluricelular, mucho más estable, o bien se diluyen y caen otra vez en un estado de competición entre sí, donde cada uno va a su bola. Observamos, precisamente, los éxitos en estas transiciones y no los fracasos, que no son más que una vuelta a la casilla de salida.
Un caso clarísimo es, efectivamente, el de la Unión Europea. El proceso de la convergencia europea ha dado paso a la compleja red de intercambios económicos entre los países de la UE, pero con poca integración en lo social y político, que serían precisamente el modo de consolidar estas relaciones de cooperación vía comportamental. Hasta ha habido cierta especialización en la creación de dos Europas, la del sur y la del norte, la primera que recibía créditos y la segunda que los daba. Y, ahora, de repente, nos encontramos en estado de shock, procedente del otro lado del charco pero aquí muy presente: el dilema evolutivo es claro – la solución difícil, la innovadora, pasa por estabilizar una verdadera integración a todos los niveles, que en nuestro país consistiría en subir impuestos a las empresas y al sector financiero (porque la presión fiscal sobre los salarios es altísima y la de las empresas minimísima) y bajar gastos en infraestructuras monumentales y poco rentables, el Ejército y la Iglesia. Es decir, equilibrar el presupuesto según estándares europeos y no chorizocráticos en la línea CiUPP. Al mismo tiempo, es imperativo introducir una cierta reestructuración de la deuda para reactivar las economías del sur.
La alternativa es clara:  igual que pasó en la Gran Depresión, que cada país vaya a su bola, intentando arreglar sus propios problemas y compitiendo con el resto para salir a flote. Esto quiere decir hacer un default sistemático, no devolver la deuda los países del sur, romper el euro, devaluar la moneda, depresión, inflación y potencial corralito – una situación extrema que desembocaría en una recesión muy duradera a nivel europeo, quizá en un estancamiento definitivo en forma de nueva edad oscura. Un refrán plantea perfectamente este ubicuo dilema evolutivo: «más vale malo conocido que bueno por conocer», pero, en este caso, vale la pena -urge- probar lo aún no conocido – unos Estados Unidos de Europa que nos salven del todos contra todos again?
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Hedonismo y desequilibrio: ¿por qué las instituciones humanas?

28 junio 2011

Quién quiere saborear los dorados rayos de sol, tiene que estar dispuesto a caer en la mierda y tragarse todo el lodo. La vida es una montaña rusa de emociones, un péndulo desbocado que salvaje golpea de lado a lado, un todo o nada continuo que corre sobre el abismo. No hay excusas, dijo Camus. La vida es para descantillarse; si no, no vale la pena que sea vivida. No hay más opción que ser un salvaje: vivir el desequilibrio inherente de la vida dando bandazos, gozando cada ínfimo y colorido detalle y matiz y peculiaridad de lo real y lo imaginario, agotando hasta el último minuto del día, buscando siempre la hora número veinticinco, aquella que nunca llega que es donde descansa nuestro espíritu frondoso y virgen.

Maravilloso el tornado sensorial. Sí, está bien pero. En Berlín, ciudad infinita, charlando con un joven bohemio americano de padres neocon renacidos, lo decíamos: sí, una vida de earthly pleasures está fenomenal, pero algo falta. Al puzzle de la vida le falta una pieza, esa sensación perenne que se repite en el jardín berlinés de Epicuro¿acaso todo se resume en la continua búsqueda del placer por el placer? Porque fuera, en la realidad normal y gris, todo se cae a pedazos lentamente, mientras nosotros, felices pero ingenuos, espectadores del eventual colapso de la civilización occidental. Aturdidos por el tamaño de la catástrofe, nos refugiamos en lo colorido de modo bien olvidadizo, como si pudiéramos ignorar que no somos idiotas -que somos ciudadanos y parte inseparable de la sociedad- y así tenemos tanto una responsabilidad cívica por fuera como un motor interno por dentro de construir algo en positivo.

A veces uno piensa que el Imperio Romano, comparación tópica pero obligatoria, terminó diseñando unas estructuras sociales que, con sus fiestas, orgías y bacanales, consiguió hacer olvidar a las potenciales mentes brillantes de sus responsabilidades para con la sociedad, de modo que apareciera tan sólo en décadas un Diocleciano, fundador del Dominado Romano (siglo III dC), y un conjunto de Pompeyos, Césares, Brutos, Marcos Antonios, Octavios y Cicerones en pocos años al final de la República (I aC). Igual comparemos ahora con la época de la Transición. En todo caso, hay que sacudirse de este hedonismo estúpido y cosificador, mucho más capitalista que epicúreo, y reivindicar lo político:

La tragedia [de los comunes] en cuestión aconteció a un grupo de pastores que utilizaban una misma zona de pastos. Un pastor pensó racionalmente que podía añadir una oveja más a las que pacían en los pastos comunes, ya que el impacto de un solo animal apenas afectaría a la capacidad de recuperación del suelo. Los demás pastores pensaron también, individualmente, que podían ganar una oveja más, sin que los pastos se deteriorasen. Pero la suma del deterioro imperceptible causado por cada animal, arruinó los pastos y tanto los animales como los pastores murieron de hambre. «La avaricia rompe el saco» suele decirse; […] así, racionalmente, pensaron los pastores, que siguiendo la estrategia del gorrón, aumentaron sus rebaños hasta que destruyeron los pastos comunes.

En 1968, pleno despertar de la primavera hippie, Hardin publicaba el artículo The Tragedy of the Commons en Science, con sus consideraciones sobre la sobre-explotación de los recursos naturales por parte de una población humana excesiva. En cierto modo, es una generalización a un número de jugadores del clásico dilema del prisionero, donde dos jugadores se enfrentan con dos estrategias posibles, cooperación y defección. El mejor resultado para la pareja es cuando los dos cooperan, pero está esa opción tan capitalista de maximizar los beneficios mediante el salto unilateral a defección (ie explotación): mientras tú sigues cooperando, yo gorroneo. Como los dos son agentes racionales, los dos toman idéntica decisión mediante ese salto y se da el escenario, paradójico, de que el beneficio para la pareja ha disminuido en total. De algún modo, el dilema del prisionero es la corrección a la legalización moral del egoísmo que hizo el liberalismo, una verdadera ruptura ética, con su clásico «el beneficio común se maximiza espontáneamente cuando cada persona busca maximizar sus beneficios individuales«. La narrativa que sostenía el tejido comunitario sufrió aquí su primer desgajo.

Precisamente, ése es el drama del cooperador, tan necesario y ubicuo, en la tragedia de los comunes: cargar una responsabilidad para la comunidad pensar a nivel global: abrir cuenta en banca ética, consumo responsable, uso de transporte eficiente, etcétera- cuando lo fácil sería abandonarse a una vida de placeres y excesos de puro free-rider individualista. Es comer la manzana del árbol de la ciencia e ignorar la de la vida. ¿Es que se pueden integrar sónar y 15-M? ¿O son acaso incompatibles? Estos extremos opuestos, por un lado el cultivo de un hedonismo saludable espiritualmente, es decir, de un proceso de individuación y autorrealización personal, y el cultivo del deber cívico para una comunidad más justa y eficiente, fueron, respectivamente, los estandartes de la izquierda hippie y la izquierda marxista. Precisamente en la imposibilidad de integrar placer y deber, felicidad y justicia, se debió la crisis de la izquierda americana a finales de los sesenta –Ponche de Ácido Lisérgico de Wolfe- y su generalización a nivel total e ideológico.

La otorgación del Premio Nobel a Elinor Ostrom muestra como las cosas están cambiando para mejor. Su gran trabajo ha sido demostrar como sistemas de administración económica cooperativa tienen éxito donde los teóricos del mercado desde hace mucho tiempo predecían que fallarían.

¿Por qué las instituciones humanas? La tragedia de los comunes no sólo ilustra el drama del cooperador que no se puede ir de sónar, sino plantea la necesidad de la misma existencia de instituciones humanas que canalicen y amplifiquen la acción colectiva del grupo, regulando el uso de los bienes comunes y permitiendo al mismo tiempo el florecimiento libre y personal. Precisamente, en antropología ésta sería la tesis integracionista del Estado (rollo socialdemócrata, liberal), donde éste tendría una función «buena», opuesta a la tesis del conflicto, tanto de carácter marxista como libertario, que considera que su única función es la preservación de los privilegios de la elite. Como ocurre tantas veces, lo más probable es que la explicación buena sea una combinación de las dos, porque no son excluyentes: inicialmente una mayoría social consiente el acceso al poder de una elite que mediante las instituciones maximiza el bien común de modo más o menos efectivo, pero pasado el tiempo ésa se apoltrona y empieza a dirigir la sociedad de modo despótico y por el beneficio propio en detrimento del colectivo. ¿Nos suena la historia? Es también la de la Isla de Pascua, del Imperio Romano, y la de esta mañana en el discurso del Estado de la Nación.

En este sentido, la tesis libertaria no aboga por la abolición de las instituciones, sino que la función de éstas se limite a la coordinación y no a la consolidación de privilegios. ¿Qué tipo de estructuras sociales pueden liderar a eso? ¿Qué tipo de organización? Una idea, al vuelo, es la red de checks and balances de múltiples y diversos polos de poder que se compensan entre sí, evitando la concentración de poder, sea económico, o sea político- un modelo etéreamente federal. Obviamente, la teoría ya la tenemos bien aprendida – ¿pero cómo se llega a eso?

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Neoliberalismo: la fina diferencia entre teoría y práctica

9 mayo 2011

No deja de ser curioso -e irónico- que la receta para salir de la crisis que proponen los economistas neoliberales como Juan Ramón Rallo (jefe de opinión de la Libertad Digital de Jiménez Losantos) sea exactamente la misma que la propuesta por los intelectuales de izquierdas como Noam Chomsky o Ken Loach – reestructurar la deuda, hacer un default. El Estado se endeudó demasiado y le pidió prestado el dinero a los mercados financieros – ahora se trata de renegociar esta gigantesca deuda, contraída con gente que ya sabíamos mafiosos. Pero es lo que tiene pedir favores a los poderosos Corleone, que te pillan por los huevos y no te dejan fácilmente.

En el fondo, lo que la izquierda etiqueta como neoliberalismo – la ideología de Bush, Aznar, Sarkozy, Cameron, Blair, Zapatero y cía- es a la teoría original (escuelas austríaca y de Chicago) lo que las purgas estalinistas de la URSS al marxismo o la Santa Inquisición al cristianismo: ideologías al servicio de unos pocos poderosos que se escudan, pervirtiéndolas, en vaguedades derivadas de un bonito mensaje original. Es más: tanto la teoría neoliberal como el marxismo detestan el mismo acaparamiento de poder por parte de la oligarquía, sea ésa la que domina las instituciones políticas que controlan al mercado (y con ello la libertad económica) o sea ésa la que domina el mercado que controla las instituciones políticas (y con ello la alienación psicológica de los trabajadores). En suma, que cada una insiste en sus matices, pero los valores morales son compartidos en mayor o menor grado – no se trata de un conflicto entre teorías, sino entre grupos sociales con intereses enfrentados que se escudan en ellas. Son más dinámicas tribales de grupo, a los que sucumbe una sociedad de masas sin referentes comunitarios locales, que otra cosa: el famoso parroquialismo altruista, fundamento de las sociedades complejas a gran escala.

Al fin y al cabo, el neofeudalismo del turbocapital que predican Bush y etcétera tiene poco de neoliberal, porque encumbra a la élite, al oligopolio económico, y merma así la libertad individual: la deregulación financiera de Clinton y Bush, que provocó la crisis financiera y tan bien descrita por Inside Job, consistía en la abolición de la Glass-Steagall Act mediante la Gramm-Leach-Bliley Act y demás favoritismos legales para los todopoderosos bancos. Se eliminaba la separación entre bancos comerciales (depósitos) y de inversión (capitales), obligatoria desde la Gran Depresión en 1933 para deshinchar a la especulación (de un modo bastante adecuado, como se puede ver retrospectivamente). La abolición de la Glass-Steagall obedecía a la narrativa justificatoria de un vago neoliberalismo, pero era -como la Guerra de Irak era contra las armas de destrucción masiva- un cuento chino: nada más que el objetivo de los grandes bancos desde los años ochenta con la intención de consolidar su poder oligopolístico, como aquí ha sido la bancarización-privatización de las cajas. Pero es que la misma existencia de estos grandes bancos es denostada por la Escuela Austríaca, que considera -bastante apropiadamente- que es totalmente excesivo y aberrante el poder, otorgado por el gobierno, de imprimir dinero en función de los tipos de interés fijados por el Banco Central. Pero, para ellos, esto es socialismo.

Igual que los intelectuales franceses de la posguerra, delante de las tremendas contradicciones con la teoría que ofrecían las revueltas del 17 de Junio en Alemania Oriental, Hungría en 1956 o Praga en 1968,  distinguían entre socialismo real -el soviético, el de las purgas de Moscú y de los gulags siberianos- y socialismo ideal -el utópico en los librillos-, la escuela neoliberal también se enfrenta a la fina línea que diferencia teoría y práctica: que la teoría -una sociedad de individuos libres interactuando entre sí mediante el mercado- es muy bonita, pero inaplicable con las actuales condiciones donde las oligarquías imperan y la manipulan con mala fe para justificar reformas políticas únicamente dedicadas a consolidar su poder criminal.

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Sin fuerza, no hay derecho: ¿es capitalismo ley de la selva?

9 marzo 2011

Decíamos en el post anterior que, sin la fuerza que daba el espectro del comunismo soviético y el miedo a las crisis sistémicas (1929, 2008), el Estado socialdemócrata es incapaz de fiscalizar el capital (en España la economía en negro es el 17% del PIB), de tasar las transacciones financieras (ATTAC, tasa Tobin), de perseguir los paraísos fiscales, vaya, en resumen, de aplicar el principio socialdemócrata de la progresividad fiscal (also known as el Robin Hood). La dura espada con la que Tony Judt y demás socialdemócratas defendían el pacto social ha perdido filo; el Estado se ha vuelto inútil (como mínimo) y el instrumento explotador del capital (como máximo). Así, desde Thatcher y Reagan que el principio de Robin Hood se ha invertido en un pervertido mecanismo que no tiene nada de liberal pero sí de ladrón que ha terminado convirtiéndose en «privatizar beneficios, socializar las pérdidas», además de reducir los impuestos a los más ricos hasta que no paguen nada al Estado y concentrar la recaudación sobre la clase media, con la excusa de que tasar al capital reduce la creación de riqueza, que el mercado se encarga de distribuir. Pero no hay evidencia empírica de esta redistribución de la riqueza a cargo del mercado.

En todo caso, una buena pregunta es: ¿qué hacer cuando los que se encargan de los fundamentos del sistema los han corroído hasta el riesgo de catástrofe? La respuesta lógica sería castigar a los culpables pero reforzar los fundamentos. Pero en el sistema real los reguladores y los regulados en Wall Street se entremezclan de modo casi simbiótico, de modo que los culpables siempre se van de rositas. ¿Es acaso esta simbiosis propia del sistema? Según la teoría marxista, la acumulación espontánea de capital genera oligopolios que terminan corrompiendo al poder político.

«Everything’s fucked up, and nobody goes to jail,» he said. «That’s your whole story right there. Hell, you don’t even have to write the rest of it. Just write that.»
Why Isn’t Wall Street in Jail, Matt Taibbi

El segundo punto es reforzar los fundamentos, pero en este caso estamos aplicando la socialización de las pérdidas… La teoría liberal exige dejar caer estas columnas que sostienen al sistema, es decir, dejar actuar al principio de la selección económica, porque al fin y al cabo la destrucción capitalista es creativa. Pero la destrucción creativa del capitalismo no es más que un eufemismo de las crisis sistémicas, que generan víctimas inocentes que no deben pagar por ellas. ¿Estas crisis sistémicas, que seleccionan a las mejores empresas, valen la pena? La teoría liberal se basa en la eficiencia natural de la selección económica (un buen e interesante sucedáneo de la selección natural), pero impone de facto una ley de la selva en el mercado; la burbuja inmobiliaria, ¿valió la pena? Los miles de desahucios diarios en España posteriores, ¿valen la pena? La creación artificial de demanda (obsolescencia programada), ¿vale la pena? La desaparición de la sociedad de la Isla de Pascua, ¿valió la pena? Precisamente, la sociedad tendría que ser la alternativa a la ley de la selva, no su principal producto. ¿Qué hacer, entonces, con las personas mayores –inútiles desde un punto de vista económico-, por ejemplo, el cuidado de las cuales es un deber moral de la sociedad? ¿Qué hacer cuando la acumulación exponencial de riqueza lleva a la tragedia de los comunes, esto es, la extinción de recursos naturales fundamentales para la supervivencia de la sociedad (ejem, petróleo, ejem, oil peak)?

Resumiendo, la planificación central soviética acarrea ineficiencia y corrupción. El liberalismo acarrea crisis sistémicas, ley de la selva y tragedia de los comunes. Y la solución híbrida, la socialdemocracia, corrupción de los reguladores y oligopolios de los regulados. Quizá serán mis propios prejuicios, pero cada vez que escucho los discursos neoliberales, más que visualizar el libre intercambio de bienes entre agentes económicos más o menos iguales que nos prometen (y que sería tan deseable), me imagino una sociedad neofeudal donde los señores feudales que se encargan de la seguridad y otros servicios públicos son los jefes de los oligopolios. Empíricamente, a esto tendimos, sea la culpa de quién sea.

Y no es buena ni deseable la existencia de un gran capital únicamente motivado por el afán de lucro -el Big Brother moderno-, porque los trabajadores sin organizarse son incapaces de contrarrestar su inmenso poder. El derecho sólo tiene sentido cuando se da de hecho un equilibrio de poderes; un paisaje multipolar de fuerzas. Sin fuerza para imponerlo, no hay derecho. Por eso ni el genocidio de Vietnam ni los especuladores de Wall Street han sido juzgados. Por eso el Estado socialdemócrata se revela ahora totalmente inútil. Sinceramente, yo no quiero vivir en un mundo donde la ley de la selva económica sustituya a la selva propiamente dicha. La sociedad está por encima de eso – la sociedad nació para estar por encima de eso.

Desde mi punto de vista, el problema radica en la gran escala de las sociedades modernas, que nos convierte en meros números y disuelve los atributos de persona; la primera Constitución efectiva de España, la de 1835, se promulgó y dispuso unas instituciones políticas para una población de 12 millones de habitantes. Ahora, somos 50 millones y los medios para comunicarnos, para organizarnos políticamente y económicamente, parecen totalmente superados para su función democrática y sólo sirven para la sociedad de masas. Precisamente, son las sociedades más pequeñas (Estados escandinavos, por ejemplo), donde la democracia es mucho más robusta, la población participa en la agenda política y las instituciones son más transparentes. No es que defienda el retorno al localismo como solución a nuestros problemas, pero sí es necesario el conocimiento de la construcción en capas de la sociedad, de cómo se puede organizar en red alrededor de diversos nodos interactuando entre sí, un tipo de municipalismo de tipo federal pero con vocación global.

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Masa e individualismo y dictadura

20 noviembre 2010

La democracia liberal ha sido mal planteada, porque sus estructuras son esencialmente incapaces de sacar lo mejor de sus ciudadanos -el espíritu cooperativo, creativo y emprendedor-, que se convierten en egoístas asociales.

Con vuestro permiso, démosle hoy un poco más duro.

¿Por qué el hombre-masa es esencialmente individualista? En su estado natural, al individuo se le supone, en general, el ser un agente racional (!) que trata de maximizar sus beneficios, es decir, un tipo egoísta (!). Ahora bien, esta suposición no deja de ser un poco idiota, porque siguiendo esta definición de racionalidad económica, según todos los estudios los chimpanzés son bastante más racionales que nosotros los humanos, porque ellos prefieren una banana a ninguna banana, y nosotros no podemos evitar dejar de tener cierto sentido de la equidad y si al compañero le dan diez bananas y a nosotros una, pues nos quejamos, mientras que el chimpanzé come feliz.

¿De dónde viene esta actitud de la cooperación, opuesta al esperado free-riding de tontoelúltimo o estoparaelprimeroquelocoja? Digamos que nace en el mismo instante de la socialización, en el vivir en comunidad, cuando aparece la necesidad de gestionar los recursos públicos que un conjunto de espíritus free-rider, vaya, individualistas, se dedicarían a agotar hasta el final (generando así la conocida tragedia de los comunes). Una sociedad con estructuras sociales fuertes y eficientes canaliza efectivamente la acción colectiva y cooperativa de todos los individuos, mientras que las estructuras sociales débiles, rígidas y viejas se perciben como una carga sobre los hombros de individuos y cada uno va a lo suyo.

En el paper Evolution of Complex Hierarchical Societies, Turchin y Gavrilets comentan la incapacidad del cerebro social de dar abasto en una sociedad con mucha gente y hablan de dos mecanismos para seguir manteniendo fuerte el tejido social:

  • elementos simbólicos, como la religión, la lengua, los toros o el pa amb tomàquet, etiquetan al grupo, configurando su identidad social, facilitando el trabajo al cerebro. La regla deviene: «sé simpático con los tuyos [aquellos que comparten etiquetas simbólicas contigo, por ejemplo, que van con barretina] y hostil con los otros». Esto se conoce como altruismo parroquial y se cree un mecanismo básico en la cimentación de la cooperación social. Al mismo tiempo, me parece que explica a la perfección el comportamiento tribalista y atávico del grueso de la sociedad española, eufóricamente empeñada en mantener hostilidades virtuales entre españoles y semejantes.
  • creación de niveles de organización jerárquica, con una estructura similar a las raíces de un árbol. La coordinación del trabajo colectivo es entonces mucho más fácil. Aparecen líderes y seguidores. La acracia y la acefalia terminaron.

En el Estado-nación clásico (sin Internet ni teléfono móvil), una buena voluntad democratizadora aspiró a erradicar estas distinciones aristocráticas:

El hombre que es rey de sí mismo no necesita ser el rey de otros.

Inscripción en una corona dorada de papel en medio de la bellísima y lisérgica confusión berlinesa

Los representantes del pueblo llano, sin distinciones, se sentarían en el Parlamento soberano y éste conferiría soberanía a los escalones más bajos de la jerarquía. Pero el pueblo llano a quién trata directamente es precisamente a estos escalones más bajos, legitimados por lejana gente a quién no conoce o conoce sólo por una televisión manipulada. Aparece entonces un problema de legitimidad. El flujo de información entre coordinadores legítimos y trabajadores se rompe y embrutece. El tejido social se desvanece. Es la democracia de las masas, de hecho terrible contradicción: al fin y al cabo, la dictadura de las masas, el destino inexorable de la democracia turbocapitalista.

De este modo, podemos decir que la democracia liberal ha sido mal planteada, porque sus estructuras son esencialmente incapaces de sacar lo mejor -el espíritu cooperativo y emprendedor- de sus ciudadanos, que se convierten en egoístas asociales. Es necesario reconstruir estas estructuras, reconstruir el tejido social básico para una democracia, pero pensando en que nosotros somos las raíces de un árbol dinámico y, esta vez, la savia nueva va de abajo hacia arriba. Democracia directa ya. Participación democrática ya. Un tejido social fuerte ya.

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Metodología bolivariana: revolución y teoría de juegos

20 febrero 2010

Como decíamos, hay que acometer reformas estructurales imprescindibles para evitar el colapso de nuestro sistema en una sociedad distópica, sin garantías democráticas, desigual, deshumanizadora y gobernada desde corporaciones multinacionales sin transparencia democrática. En la última década, hemos visto tres intentos reformistas de distinto calibre (Obama, Zapatero, Maragall), todos ellos saboteados por un entorno pétreo al que las concesiones nunca se le pueden negar. Ahora encontramos a Maragall con Alzheimer, Zapatero recortando derechos democráticos y guiado por los lobbies capitalistas (SGAE, Telefónica, City londinense) y Obama pronuclear y comandante en jefe en Afganistán. Como estructura evolutiva, nuestra sociedad liberal tiene sus procedimientos internos para reformarla desde dentro (cambiando leyes y ejerciendo el gobierno democrático), procedimientos que ahora fracasan inevitablemente por su parálisis y conservadurismo. La estructura social actual ya no necesita de una reforma dentro de los cauces legales, sino un cambio extensivo en toda regla que sólo se puede acometer desde abajo y ya no desde arriba.

http://www.umpa.ens-lyon.fr/~cvillani/Images/Heroes/nash.jpeg

John Nash: esquizofrénico y enfermo de matemáticas

En este contexto, imaginemos que vivir en sociedad es un continuo juego, en el que hay dos estrategias básicas: cooperación (C) y defección (D). Lo divertido del juego es que el beneficio que obtengas no depende sólo de tu estrategia, sino del otro jugador con quién juegas; ésta, de hecho, es la principal innovación de la teoría de juegos respecto la teoría económica clásica. Por tanto, hay cuatro posibles resultados de estrategias (mía, tuya): (C,C), (C,D), (D,C) y (D,D), que se definen por una payoff matrix, una de las más interesantes de las cuáles es el dilema del prisionero. Allí, M(C,C) < M(D,C), pero M(D,D) < M(C,C). Oséase, la cooperación mutua es bonita, pero explotar (D) al otro (C) es lo más. Así, los dos jugadores racionales saltarán a D, pero la defección mutua es algo bastante menos beneficioso que los dos cooperen juntos (obviamente). En todo caso, lo chocante aquí es que paradójicamente y en un contexto de agentes racionales, C, más beneficiosa, es una estrategia vulnerable a D. Esto ya lo dijo Rousseau:

El primer hombre que, después de haber encerrado un pedazo de tierra, dio la idea de decir esto es mío y encontró personas lo bastante ingenuas para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. De cuantos crímenes, guerras y asesinatos, de cuantos horrores y desgracias se podría haber salvado la humanidad sacando las estacas o rellenando la zanja, y gritando a sus semejantes: Guardaos de escuchar a este impostor; estamos perdidos si una vez olvidamos que los frutos de la tierra pertenecen a todos nosotros, y la misma tierra a nadie.

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Sobre la imperiosa necesidad de una revolución bolivariana

16 febrero 2010

Ayer Montilla consiguió que Ernest Maragall rectificara de sus declaraciones, «que Catalunya está fatigada de tripartito». Esto salía en portada de La Vanguardia, el diario más vendido de Cataluña, en TV3, la tele pública. Unión y PP piden elecciones anticipadas, en su lógica habitual. Los periodistas orgánicos, auténticos buitres 21st century style, se ceban en la enésima crisis mediática de un gobierno democrático, cuando se presupone que en democracia conviven diversas opiniones y que esto precisamente es saludable (corrijo: presupongo sólo yo, por lo que veo ). Después de todo, el gobierno tripartito 2.0 ha fracasado en lo que ha dejado de hacer y no ha sabido vender lo que ha hecho de bueno, debido al bloqueo de un establecimiento mediatico-económico al que el progreso le importa un bledo y prefiere mantener el poder sobre las cenizas antes que dejarlo en otras manos quizá más ambiciosas e inteligentes. Para conseguir no perderlo, ha vendido la imagen de un gobierno tripartito gris (que ha hecho bastante más que CiU en 20 años, pero bueno) y la gente,¡viva el instinto de rebaño!, se lo ha creído. «Vender mediáticamente la acción tripartito» no sería más que admitir la derrota de un pensamiento de progreso y sucumbir a la dinámica mercantil que ahora lo fagocita todo, asumiendo en primer lugar que la gente es estúpida y que no está suficiente motivada por meterse en Internet, googlear durante largos diez segundos y ver sin ningún filtro interesado la acción de quienes gobiernan la comunidad política donde vive y trabaja. Pero claro, es el de siempre, el discurseo de «estoy desencantado de la política», cuando precisamente es que la política es una basura porque el ciudadano lo ha dejado, sin ejercer ningún tipo de control fáctico (como era la su responsabilidad), en manos de periodistas iletrados y políticos endogámicos, que siguen lógicas electoralistas / de mercado, haciendo bajar enormemente la calidad de sus decisiones / informaciones, ya que el público incomprensiblemente prefiere la mierda a dos euros el kilo al salmón ahumado gratis. Cosas del mercado, lleno de agentes racionales, donde por ej. el Financial Times, diario de prestigio, mantiene durante más de tres días sus fundadas opiniones económicas.

http://chemazdamundi.files.wordpress.com/2009/12/easter-is-maoi.jpeg

En todo caso, lo que me recuerda más toda esta situación es a los moai de la Isla de Pascua. Read the rest of this entry ?

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Cambiar Metrópolis, el hábitat del hombre-masa [para una nueva geografía urbana]

27 enero 2010

En el contexto social deslocalizado, el filósofo Emmanuel Levinas habla de la necesidad moral de restituir el valor del otro, de reconocer su rostro y reconocerlo como prójimo, sobre todo después de la hecatombe de la IIGM. Reconocer el rostro del otro no es más que empatizar con su dolor, sus miserias, sus alegrías y sus dudas; es darle una dignidad. Metrópolis, la ciudad alienadora que cosifica el ser humano, genera espacios vacíos donde los rostros quedan desdibujados y nadie se encuentra en el otro.

Dondequiera ha surgido el hombre-masa de que este volumen se ocupa, un tipo de hombre hecho de prisa, montado nada más que sobre unas cuantas y pobres abstracciones y que, por lo mismo, es idéntico de un cabo de Europa al otro. A él se debe el triste aspecto de asfixiante monotonía que va tomando la vida en todo el continente. Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales». Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meres idola fori; carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga -sine nobilitate-, snob.

Ortega y Gasset, La rebelión de las masas

El hombre-masa, the average man of today, es el niño sin cara de Pink Floyd: alguien infantilizado que ha renunciado a sus responsabilidades para con el otro. Ha delegado funciones esenciales del ciudadano como la política o la educación, tareas que todos tenemos que llevar a cabo en una comunidad cohesionada, en especialistas ajenos que ni les va ni les viene. La deslocalización social, por lo tanto, conlleva dejación de responsabilidades en la política y en la escuela, pero también es causa de delincuencia: es más fácil robar a quién sólo se ve como una víctima (y no como una persona). Igualmente, promueve también la conflictividad social: sin ir más lejos, los problemas en la organización territorial de España muchas veces vienen por la incomprensión que mantienen sus pueblos, sólo entendiéndose mediante una prensa morbosa que funciona a golpe de titular.

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