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Sobre el 25-S y los antiguos aztecas

27 septiembre 2012

Cada vez que oigo a Mariano Rajoy o a Artur Mas todo serios decir, sintiendo en lo más profundo su heroico rol de gran estadista, su lugar en la historia del país, «hay que hacer sacrificios», no puedo evitar pensar en los antiguos aztecas y sus sacrificios humanos. Me imagino a Mas ya con laca en el pelo y fundado en folklóricos vestidos precolombinos, en todo lo alto de la Gran Pirámide de Tenochtitlán, serio, solemne, extraer el corazón en forma de pensión del abdomen de un jubilado, o también en forma de paga de Navidad del torso de un médico, gritando «hay que hacer sacrificios!» «Hay que contentar a los dioses!» Pero, esta vez, en vez del poderoso dios del destino y la noche Tezcatlipoca se intenta aplacar a la omnipotente crisis, afilado cuchillo de austeridad mediante.

Es muy fácil mirar hacia atrás en el tiempo y pensar, de modo condescendiente, que estos aztecas estaban efectivamente locos o bien era unos primitivos y lo que hacían no tenía ningún tipo de lógica, pero la verdad es que los sacrificios humanos de Artur Mas obedecen al mismo tipo de lógica: ninguna. No hay ningún tipo de lógica económica, ese ente etéreo y abstracto con el que algunos justifican al padre la inevitable necesidad científica del hambre de su hijo, que avale estos programas de ajuste estructural. El neoliberalismo no tiene fundamento empírico: abaratar el despido aumenta el desempleo, no lo disminuye. Flexibilizar el trabajo hace disminuir los salarios. Liberalizar el sector financiero acarrea casi siempre una burbuja y su subsiguiente estallido. Regar con dinero público a grandes bancos quebrados no restituye el flujo de crédito, sino que quiebra la economía. La austeridad no incentiva la demanda, sino la deprime. En su libro Esta vez es diferente, Reinhart y Rogoff analizan 22 casos de crisis de deuda a lo largo del siglo XX: sólo Suazilandia, en 1985, salió de la crisis de ese modo. El resto de países salieron mediante una quita de deuda o default.

Sin embargo, crisis tras crisis, el programa económico neoliberal sigue aplicándose, a pesar de la realidad. Dice Stiglitz que no es por ignorancia, es por ideología: en efecto. En la cabeza del sacerdote azteca, hay una conexión lógica entre ese largo reguero de sangre en las escaleras del templo y un futuro próspero para la nación. También en las de Artur Mas o Rajoy: no es que sean crueles de por sí, es que realmente se lo creen. Suena a esa necesidad tan católica de la penitencia y la contrición después del pecado, pero aplicado a otros. Esto no quiere decir que no haya tal conexión causal: las conexiones lógicas, que habitan en las ideologías, en el fondo existen tan sólo en la cabeza de la gente, nunca son objetivas, ya lo decía Hume. Resulta luego que las ideologías, al igual que los paradigmas científicos, quedan desacreditadas cuando la realidad insiste en desmentirlas. Entonces se convierten, primero en aproximaciones teóricas, luego en superstición. Eso es lo que son ahora las religiones de los sacrificios humanos, la azteca y la neoliberal.

Pero no todo es ideología. También es un puesto de trabajo. Los paradigmas ideológicos nunca se suceden de modo claro ni nítido ni limpio; la transición en el relato hegemónico no ocurre tranquilamente; la crisis siempre ocurre profundamente inmersa en la tensa suciedad de los juegos de poder que se dan en una sociedad. Es en cada una de sus interacciones sociales que aparece el dilema entre la obediencia a una autoridad ahora implacable y la compasión que mueve a la rebeldía pero también al riesgo. En el fondo, no es tan sólo un dilema entre un puesto de trabajo asegurado y la justicia social, sino entre dos ideologías en tensión: la que concibe ese acto de violencia como algo legítimo, normal y necesario y la que lo concibe como manifiesta injusticia, creadora de un sufrimiento inadmisible: el mosso que elige entre obedecer la orden del comisario de dar una paliza a unos manifestantes o decir ‘no’; el secretario judicial que elige entre ejecutar la hipoteca y desahuciar según ordenado por el juez o decir ‘no’. Pero es que, al mismo tiempo, el comisario y el juez se encuentran en una encrucijada similar, sólo que un nivel por encima, pero ellos también pueden decir ‘no’: cuando el capitalismo se vuelve crisis, la sociedad deviene un experimento de Milgram masivo. En cada una de las interacciones de la tupida red social, en cada uno de sus niveles fractales, se plantea el dilema, «obedece o arriésgate a perder el puesto» – así es cómo se propaga el poder a través de la sociedad, cómo se reproduce y perpetúa la injusticia.

Cuando Merkel declara el estado de excepción en el capitalismo y prohíbe la posibilidad de quiebra de los bancos españoles precisamente porque deben dinero a los bancos alemanes, Mariano Rajoy se convierte, también él, en el sujeto del experimento de Milgram; al otro lado del cristal se sienta, atado, amordazado, cautivo, el pueblo español en la silla con nodos eléctricos. Cómo es que Rajoy se inclina por plegarse ante Merkel, al precio del sufrimiento de todo un pueblo – de su propio pueblo? No puede ser sólo ideología. No puede. También es un puesto de trabajo: la posición de poder que ostenta Rajoy viene totalmente condicionada por el hecho de que el flujo de crédito alemán se mantenga constante, un flujo de capital a partir del cual se construyó una cultura del subsidio de facto a través de bancos y cajas y administración pública, repartiendo favores en forma de adjudicaciones de obras públicas, créditos privados o puestos de trabajo en la Administración.

Pero los beneficiados no eran tan sólo gente como el Bigotes, el consejo de administración de Bankia o Santiago Calatrava, sino todos quiénes obtuvieron un puesto de trabajo con ese aumento brutal en la demanda. Al fin y al cabo, el poder es una transacción, un pacto casi fáustico, en la que se intercambia la sumisión, primero voluntaria, después ya veremos, por la concesión del favor: también el Estado de bienestar o un salario son favores -o sobornos de una clase social entera? Ahora bien, sin ese flujo de crédito alemán, Rajoy está desnudo frente el pueblo. Ya no tiene dinero para sobornarle. Rajoy ya no es Rajoy. El castillo de cartas se tambalea. El pueblo está inquieto. Está en la calle.

Todo esto recuerda a las prácticas coloniales de un imperio como el romano o el británico. Su dominio colonial no se basaba, obviamente, en la mera coerción, sino se apoyaba en las redes de poder locales ya existentes, aprovechando la legitimidad que ésas ya tenían. Cuando el imperio iba a civilizar un pueblo, iba a sus líderes y les hacía una oferta que no podían rechazar: a cambio de respetar su posición de poder local, exigían poder extraer recursos de la población a través de la legitimidad de la élite. Era su experimento de Milgram particular. Si la élite local decía ‘no’, utilizaban la fuerza y le movían el sillón, imponiendo un candidato que sí aceptara el pacto, ya sea Vercingetórix contra Julio César o cuando el directorio alemán de Europa le movió el sillón a Berlusconi y a Papandreu por no plegarse ciegamente a su exigencia de sacrificios humanos. De ese modo, tanto los intereses de la élite local de la colonia como los de la élite imperial de la metrópoli se terminaban entretejiendo, unificando y centralizando. Ahí está Rajoy, compartiendo intereses con Merkel, recortando derechos fundamentales en forma de Estado de bienestar para rescatar a los incompetentes bancos alemanes.

I jo us puc assegurar que aquests reaccionaris que s’autoanomenen catalanistes el que més temen és el redreçament nacional de Catalunya, en el cas que Catalunya no els restés sotmesa. I com que saben que Catalunya no és un poble mesell, ni tan sols intenten deslligar la política catalana de l’espanyola. (…) Estigueu segurs, amics madrilenys que m’escolteu, que si algun dia es parlés seriosament d’independitzar Catalunya de l’Estat espanyol, els primers i potser els únics que s’oposarien a la llibertat nacional de Catalunya, foren els capitalistes de la lliga regionalista i del Fomento del Trabajo Nacional.

Salvador Seguí, octubre 1919, Ateneo de Madrid

De Tenochtitlán a Berlín y ahora en Barcelona. Y es que la posición de Artur Mas es (casi) simétrica a la de Rajoy – los dos se han convertido en el brazo ejecutor de la oligarquía local, esa que dice que el Estado de bienestar es insostenible y por eso hay que desmantelarlo (?), la de hay que hacer sacrificios humanos. Mas sabe perfectamente que le pueden mover el sillón desde arriba, ponerle un Duran Lleida en su sitio, cuando Fomento del Trabajo vea peligrar sus intereses económicos tan bien entretejidos con la élite central, pero también desde abajo. En Convergència, partido conservador como pocos, la aventura del soberanismo ha crecido hasta el punto en que Mas va ahora a remolque del pueblo; el clásico juego de la puta i la ramoneta cada vez es más difícil – si Mas no es lo suficientemente claro, alguien más soberanista que él le puede mover el sillón con el apoyo de las bases del partido. Cada vez más difícil, que no imposible. En todo caso, cómo es que ha crecido tanto el separatismo?

Se puede debatir, con los datos sobre la mesa, si el déficit fiscal de Catalunya con el Estado es efectivamente la barbaridad del 9% del PIB? Efectivamente parece más sensato un modelo de financiación en el que comunidades autónomas gestionen no sólo gastos, sino también ingresos, además de incorporar mecanismos bien establecidos de solidaridad interterritorial – y es que el federalismo fiscal favorece la responsabilidad presupuestaria. Ahora bien, la cuestión es que no, era imposible debatir: si estas reclamaciones venían de Catalunya, rápidamente eran clasificadas como nacionalistas, motivadas por sentimientos identitarios o, peor, por el egoísmo insolidario de la pela. Apelando a sentimientos étnicos, dibujando tan sólo un simplista eje lineal donde hay una nube, se desarticula la complejidad de cualquier discurso y se desmantela su potencial reformador: ¿quién está ahora en mayoría tanto en Madrid como en Barcelona? Da igual que, según las encuestas, un tercio de los catalanes siempre apuesten por un Estado federal; da igual que Carod Rovira diga que Catalunya es un país plurinacional o que Puigcercós niegue que sea nacionalista y alerte contra el nacionalismo intolerante que no quiere una Catalunya mestiza; da igual. Siempre es la matraca pseudo-internacionalista del ilustrado gentleman con monóculo en el ojo «es que yo soy más de quitar fronteras», «los territorios no tienen derechos, lo tienen las personas», «el nacionalismo excluyente», «todo esto son sentimientos irracionales» y «la lengua de todos». Al fin y al cabo, es izquierda jacobina contra izquierda federalista.

Precisamente la incapacidad de algunos de comprender lo que estaba pasando más allá del Ebro me recordaba a la estupefacción de mucha CT intentando comprender al 15-M; incapaces de clasificarlo y procesarlo según sus propias estructuras mentales, todo tenía que ir según la lógica partidista. Y es que esto lo escribía antes del 25-S – si trasladamos hace dos días a Madrid el simplista discurso intereconómico que gusta de confundir separatismo con nacionalismo, «los manifestantes eran nacionalistas españolistas insolidarios, ya que se oponían por motivos sentimentales-identitarios a recortar derechos sociales para regalar dinero público al sector financiero». Como todos sabemos, los bancos europeos son el mecanismo más eficiente para distribuir capital que se ha dado nunca en la historia; negarles a entregarles tu dinero, aunque te empobrezca, es tremendamente insolidario con tus camaradas europeos. Obviamente, este «discurso pro-Europa» -porque en esto consiste el discurso- tiene la misma lógica económica -y humana- que la adoración azteca del dios Tezcatlipoca: ninguna.

Ahora bien. Es un dulce y suave cosquilleo que sube por la espalda ver cómo en cada uno de los experimentos de Milgram de la sociedad cada vez más triunfa la ideología de la rebeldía sobre la de la obediencia; ver cómo el antaño sólido discurso de la Cultura de la Transición se tambalea y cruje y se rompe en pedazos – y cómo un discurso nuevo y fresco le amenaza su hegemonía, trepando lentamente las paredes, pero inevitable. Cada vez somos más. Decía Bourdieu que lo único que diferencia a Rajoy, que dice ser presidente del gobierno, del loco que dice ser Napoleón es que al primero se lo creen. Todo está en nuestra cabeza. Cada vez más somos los que no le creemos y nos emancipamos de esa esclavitud mental. En el fondo, tanto en Barcelona el 11S como en Madrid el 25S, se trata de reivindicar nuestra soberanía. Pero sólo dándonos cuenta de este hecho fundamental, trazando paralelos, comprender al otro en sus reivindicaciones, diseñando alianzas y solidaridades, diciendo NO cuando nos toque a nosotros ser sujetos en el experimento de Milgram, se conseguirá que Rajoy y Mas no tengan más alternativa que ir a remolque del pueblo. Sólo así se podrá construir una hegemonía efectiva y real, una auténtica Syriza ibérica, que desmantele un imaginario colectivo ya corrompido.